Inger Pedreáñez
En una ciudad como Londres, donde la luz más intensa del día es un bombillo de neón, llevar un gran sol al centro del Salón de Turbinas del Tate Modern Museum (en 2019) es más que una proeza. Cuando el espejo es un lienzo, la luz amarilla el pincel, y un efecto de neblina enmarca el escenario, aparece la ilusión del atardecer, cálido y anaranjado. La instalación The Weather Project (2003) no significaría nada sin el comportamiento del público, que se explayó en el suelo a contemplar el paisaje que fue creado por el artista danes-islandés Olafur Eliasson. Algunas personas frecuentaban el espacio para broncearse, y otras incluso lo tomaron como centro para hacer sus propias manifestaciones públicas, políticas, artísticas, individuales o colectivas.

Es arte de inmersión, y la mayoría de las producciones artísticas de Eliasson tienen ese sentido. La interacción con el espectador es parte fundamental del complejo artístico que desarrolla. Eliasson no hace una obra para ser admirada, crea para generar nuevas sensaciones, y si es posible, alcanzar la conciencia del público. Sin proselitismos, pero con auténtico criterio ecológico. Simplemente hace lo que cualquier artista ha venido realizando desde que el hombre comenzó a pintar en las cavernas: interpretar la naturaleza y su entorno.
Los fenómenos naturales los transforma en fenómenos culturales. Y para ello ha recurrido al agua en sus tres estados: traslada 30 bloques de hielo glaciar desde Groenlandia para que se derritan en la vía pública de Londres; abre diques para dejar el agua correr en las calles y así observar la reacción del transeúnte; simula un río en un paisaje rocoso que ocupa casi hasta el tope las salas de un museo, Riverbed (2014); crea inmensas cascadas con material que reutiliza para otras obras, o interviene ríos naturales para hacerlos más visibles y estudiar el comportamiento de la fauna y del hombre ante el cambio sorpresivo; produce partículas de vapor para jugar con la luz y con la percepción del público…, ese mismo espectador que frente a cada pieza comprende que para encontrarse a sí mismo, en la magia de la vida, primero debe encontrarse con su entorno natural.
“La forma en que tomamos el mundo no es natural, es cultural”, explica en el video donde habla de su obra Riverbed en el Louisiana Museum of Modern Art, Dinamarca. “¿Qué es la realidad, quién la produce, no es acaso la realidad relativa? ¿Cómo nuestros pensamientos, sentimientos y acciones co-crean nuestro entorno? ¿Asumimos la responsabilidad del mundo que compartimos?”, son preguntas que se hace el artista para inmediatamente responder “la autoría de la realidad se encuentra dentro del espectador, en la forma en que elige percibir”.
Crear lo intangible
En medio de la pandemia, el distanciamiento social y la cuarentena, Eliasson no se ha detenido. Sigue su filosofía y construye su propia realidad. Su trabajo es tan vasto como se aprecia en la nube que ilustra su página web: pintura, fotografía, artículos, edición de fotolibros, instalaciones paisajísticas y arquitectónicas, videos, experiencias gastronómicas, elaboración de pinturas naturales, así como objetos que van más allá de lo utilitario, y también se dedica a la docencia. Todo y más componen su imaginario.
El pasado 3 de mayo, con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa, atendió el llamado de la Asociación de Periodistas Alemanes, y lanzó en sus redes la Weltlupe (2020), un objeto que es espejo y lupa simultáneamente, realizado en colaboración con Kumi Naidoo, que amplifica la imagen de un manifiesto al derecho de información y al mismo tiempo permite al sujeto examinarse, como si en el aire quedara el acertijo: ¿Lo estamos haciendo bien?
Poco antes, el pasado 22 de abril, con motivo del Día de la Tierra solicitó a sus seguidores cibernautas a compartir su proyecto, Perspectivas de la Tierra (2020) que forma parte del programa Back to the Earth, para celebrar el 50 aniversario de la Serpentine Galleries de Londres, situada en los Kensington Gardens, en Hyde Park.

Un punto negro enfoca una locación en el mundo con un significado ecológico. Eliasson invita a mirar durante 10 segundos alguno de los nueve globos terráqueos pintados en naranja y fucsia. Cuando la imagen se difumina, aparece un color imaginario, el verde, un efecto que se conoce como afterimage, que para el artista representa un punto entre lo familiar y lo desconocido. “Es un lugar de encuentro entre la mente humana y un paisaje profundamente real que está tan lejos de nosotros y, sin embargo, tan inmediato al cambio climático. Lo que determinará cómo continuará la historia es la capacidad humana de imaginar lo abstracto y de imaginar el futuro”, explica el artista en su Instagram @studioolafureliasson.
El proyecto que busca visualizar la tierra en la que queremos vivir, destaca estos ejes: el Polo Sur (refugio vital bajo amenaza), Ecuador (primer país en reconocer los derechos de la naturaleza en su Constitución), Groenlandia (con su alerta de deshielo), Chernobyl (el peor desastre nuclear de la historia), Etiopía (las montañas Simien, uno de los lugares más raros de África, donde cae nieve), Siberia (nuevamente por el deshielo), la fosa de Las Mariana, en el Pacífico (el océano más profundo de la tierra), la gran barrera de coral de Australia (por ser el sistema de arrecifes más grande hecho por organismos vivos), y el Ganges, en la India (vía navegable sagrada que tiene los mismos derechos legales que un ser humano). “En el Día de la Tierra, quiero abogar, como en cualquier otro día, que reconozcamos estas diversas perspectivas y, juntos, celebremos su coexistencia”, escribe Eliasson.
Esta constancia es la razón por la cual el artista fue nombrado en 2019 embajador de buena voluntad para la energía renovable y la acción climática por el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas.







Desde el año pasado, Olafur Eliasson ha tenido una presencia importante en destacadas galerías. El Tate Modern en Londres realizó una gran retrospectiva de sus últimos 25 años de vida artística. Piezas que luego fueron trasladadas al Guggenheim Bilbao, en 2020. En enero de este año inauguró la visita simbiótica en Kunsthaus Zürich y estaba en proceso de montaje la exposición A veces el río es el puente, prevista entre marzo y junio en el Museo de Arte Moderno de Tokio, Japón, cuando sobrevino la pandemia.


Como parte del principio del artista de que todo en la vida es arte, así como su compromiso con el ambiente, para el traslado de las obras a Japón se ideó el transporte menos contaminante, que mantuviera baja las huellas del carbono. Así que viajó en camión de Berlín a Hamburgo, atraviesa Polonia y Rusia en tren hasta Taicang, China, y de allí en barco a Japón. El periplo también se transformó en creación artística al usar una máquina que dibujaba los movimientos del embalaje y casi que a manera de sismógrafo circular, las líneas hicieron el registro visual del tránsito de las obras. Denominó a esta pieza Memories from de critical zone (2020).

De la contemplación a la acción
En su página web, en la sección de libros, se puede apreciar las hojas de un cuaderno de bocetos del año 1994, para entonces, Olafur tendría apenas 27 años. Increíble observar que en esas páginas se ilustra el pensamiento del artista y se visualizan piezas que hoy día cautivan al público. Su reflexión simbólica sobre las percepciones sensoriales, la geometría dispuesta a una nueva perspectiva. El proyecto Beauty nace en esas páginas.

Si bien ya tenía un trabajo consolidado, a partir del año 2000 comienza el florecimiento de la carrera artística de Olafur. Quizás el punto de despegue sea dos años antes, cuando realiza la primera intervención de Green River (1998), en Bremen, Alemania. Eliasson toma un tinte soluble en agua, totalmente inocuo para los seres vivos —el mismo que utilizan los plomeros para detectar fugas— y lo esparce de forma sorpresiva al río. Lo hace sin informar de su acción creativa a la municipalidad y, ante la mirada atónita de los transeúntes, el agua adquiere un color verde fosforescente. Estos performances recuerdan las intervenciones de espacios públicos de Christo (también reseñado en la Revista Estilo). De estos eventos quedó una serie fotográfica como testimonio, y titulares sensacionalistas en la prensa. La hazaña la repite en Moss, Noruega, 1998; La ruta del norte de Fjallabak, Islandia, 1998; Los Ángeles, 1999; Estocolmo, 2000; y Tokio, 2001.
Después de esta incursión fue invitado a los mejores museos de arte contemporáneo del mundo, entre otros, la Tate Modern de Londres (2003), el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de Madrid (2003) y el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York (2008).

El contacto con la naturaleza en Islandia, representó para este artista una fuente importante para desarrollar su talento. Desde 1994 comenzó sus seriados fotográficos, que denotan una referencia al trabajo de Bernard y Hilla Becher (escuela de Düsseldorf). “Yo personalmente odio estar solo. No quiero sentirme sin causa ni consecuencia. Quiero sentir que mi vida tiene sentido. No estoy hablando de utopía, ni sobre liberación, ni sobre modernidad, es simplemente que quiero tener un lugar en este mundo que tenga sentido para mí”, dijo para el diario español El País. Retrató puentes, faros, horizontes, atardeceres, grandes incendios, como si quisiera revertir el daño causado por el hombre. Todos los elementos del paisaje de Islandia, incluidos sus glaciares, estaban allí, series que luego serían expuestos en PhotoEspaña bajo el título de Paths of Nature (2006).
En 1999, realiza las series The Glacier y veinte años después regresa al mismo lugar para observar la evolución del deshielo. Las series The Glacier Melt (1999/2019), “reúne treinta pares de imágenes para revelar el impacto dramático que el calentamiento global está teniendo en nuestro mundo”, describe su website.

En 2003, Olafur Eliasson representó a Dinamarca en la 50a Bienal de Venecia, con The Blind Pavilion. En dos estructuras de acero y cristal, transparentes y negros, creaban un efecto de reflejos y oscuridad, aparecer y desaparecer en el contexto.
El asombro del color y la luz
La influencia del cinetismo está presente en varias obras del artista. Logra el efecto de movimiento, crea un color que solo percibe el espectador y añade un elemento adicional: la obra es la emoción que transmite. En Beauty (1993) una luz ubicada de forma oblicua brilla a través de una cortina de niebla fina. La obra será diferente desde el ángulo que se mire. El agua y la luz cambia en respuesta a la distancia y movimiento del visitante. Así que lo que vemos es único, es una pieza exclusiva para cada espectador.
Así como esta obra, el uso del rocío y los colores también se aplica para Your rainbow panorama (2006-2011), y Rainbow Assembly (2016). En Feelings are facts (2010), exhibida en Beijing para el Gran Salón del Centro de Arte Contemporáneo de Ullens, utilizó una cuadrícula de luces y niebla artificial, en un espacio completamente blanco para que el público transitara sin poder distinguir nada a su alrededor. Your uncertain shadow (2010), multiplica las posibilidades de ver silueteado el arcoiris en las sombras.
Pero estas obras no sólo están dentro de galerías sino que han sido instaladas en espacios exteriores. En St. Louis, Missouri, en un túnel del metro colocó la obra I only see when I move (2001) para que desde los vagones el pasajero pudiera apreciar un espectro de luces, dependiendo de la velocidad y vibración del tren.
“Creo que Joan Miró, que estuvo ligado al surrealismo, estaría de acuerdo en que nada es verdaderamente real, sino que todo es ‘casi real’, y el último salto desde lo ‘casi real’ hasta lo ‘verdaderamente real’ es la imaginación“, dijo al diario español El País en ocasión de recibir la primera edición del Premio Joan Miró (en 2007), dotado con 70.000 euros.
Arte para vivirlo
Y una vez más recrea el arcoiris cuando gana en 2007 el concurso de arquitectura para transformar la azotea del Museo de Arte ARoS Aarhus, en Dinamarca. La obra, finalizada en 2011 es un mirador en forma circular, que le permite al público disfrutar de la vista de la ciudad a colores y en 360 grados. A la vez funciona como un faro para los transeúntes que la ven desde las calles, “un efecto que aumenta por la noche cuando las luces que recorren la circunferencia de la pasarela lo iluminan desde adentro”, describe el estudio de Eliasson.


En 2008 instala cuatro grandes cascadas en el East River de Nueva York, con materiales reciclables y renovables. Quiso regalarle a la ciudad un paisaje que le diera pertenencia y una dimensión natural dentro de los grandes rascacielos.
En una charla TED de 2009, Olafur aclara su misión en el arte: “No se trata solo de decorar el mundo … sino de asumir la responsabilidad“. En ese sentido, ha llevado la naturaleza, su referencia juvenil, al arte y a la arquitectura. Las formaciones rocosas de Islandia lo inspiraron para crear, en colaboración con la firma Henning Larsen Architects, los ladrillos hexagonales de la fachada del centro de convenciones Harpa, en Reikiavik. El diseño, que borra el límite entre la imagen interior y el paisaje exterior, ganó el Premio Mies van der Rohe 2013.





Todo este trabajo artístico y arquitectónico no sería posible si Olafur Eliasson no contara con colaboradores. Los ladrillos hexagonales de Reikiavik fueron desarrollados originalmente por el geómetra y matemático Einar Thorsteinn en la década de 1980, Eliasson se asocia con él en 2002 para investigar su potencial y uso. Actualmente su oficina Studio Olafur Eliasson en Berlín (fundada en 1995) comprende un gran equipo de artesanos, arquitectos, archiveros, investigadores, administradores, cocineros, programadores, historiadores del arte y técnicos especializados. También se asoció con el arquitecto Sebastian Behmann para fundar, en 2014, Studio Other Spaces, una oficina internacional de arte y arquitectura, en Berlín, que complementa el trabajo orientado a espacios públicos. Su primer proyecto ha sido el Fjordenhus (La casa fiordo).





Para el traslado de sus glaciares y de materiales que provienen de Groenlandia, ha contado con el apoyo del geólogo Minik Rosing. Se asoció con el ingeniero Frederik Ottesen para fundar en 2012 el negocio social Little Sun, un proyecto de fabricación de lámparas que utilizan energía solar, cuya venta en los países desarrollados permite financiar la distribución gratuita en comunidades sin electricidad en África. Así, con esta suerte de linternas que asemejan girasoles, quiere generar conciencia sobre la necesidad de un acceso equitativo a la energía.

En Berlín conoció al también polifacético artista chino Ai Weiwei (a quien Estilo le hizo una semblanza) y en ese encuentro de ideales de libertad, le propuso realizar una plataforma de dibujo digital, con forma de luna y que ambos titularon “Moon” (2013). La propuesta abierta al público, invitaba a todos los usuarios a dejar su marca, su identidad. “El aire, el viento, las ideas, nadie las puede detener. Conecta con los otros a través de este espacio que es la imaginación. Mira los dibujos de otras personas y compártelos. Se parte de la creciente comunidad que celebra cómo la expresión creativa trasciende las fronteras externas y los impedimentos internos. Estamos juntos en este mundo”. Así estimulaban la participación. Cuatro años después, el proyecto se dio por concluido en 2017.
“Las artes y la cultura representan una de las pocas áreas de nuestra sociedad donde las personas pueden unirse para compartir una experiencia, incluso si ven el mundo de maneras radicalmente diferentes. Lo importante no es que estemos de acuerdo con la experiencia que compartimos, sino que consideramos que vale la pena compartir una experiencia. En el arte y otras formas de expresión cultural, el desacuerdo es aceptado y aceptado como ingrediente esencial. En este sentido, la comunidad creada por las artes y la cultura es potencialmente una gran fuente de inspiración para los políticos y activistas que trabajan para trascender el populismo polarizador y la estigmatización de otras personas, posiciones y visiones del mundo que lamentablemente son tan endémicas en el discurso público actual ”.
En el artículo “Por qué el arte tiene el poder de cambiar el mundo”, publicado por Olafur Eliasson en 2016.
Tomamos el extracto de su Instagram, que se acompaña con la foto de la obra The parliament of reality (2006-2009), una isla circular que creó en medio del campus de Bard College en Nueva York. El espacio es un lugar discreto para reunirse, rodeado de árboles, y con baldosas cuyo patrón se inspira en la rosa de los vientos de doce puntos de la antigüedad y en las líneas de intersección de las cartas náuticas. Una invitación para que las ideas naveguen.




In Real life (2019) Una gran esfera compuesta de crestas alineadas y rizadas está formada por módulos plegados individualmente de aluminio anodizado unidos por tensos cables de metal. Los módulos soportan paneles de vidrio coloreado; una lámpara en el centro de la esfera brilla para proyectar un patrón colorido de luces y sombras en los alrededores.
Desde el sol hasta la luna, en escenarios de arcoiris, utilizando los distintos estados del agua, desde la fotografía hasta la arquitectura, desde los bocetos hasta el estudio científico, Olafur Eliasson ha construido un mundo que se asemeja a lo que conocemos como la realidad, pero que al mismo tiempo nos hace cuestionarnos sobre nuestra propia participación en la vida natural que nos sustenta.

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