Una semblanza que identifica el momento en que la obra del artista adquiere una nueva dimensión para hablar de los conflictos de la humanidad. La libertad de expresión, los derechos humanos, los refugiados, incluso la pandemia de la Covid-19, son la preocupación de su trabajo artístico documental.
Inger Pedreáñez
La controversia llegó a su punto más alto cuando Ai Weiwei (Beijing, 1957-) utilizó sus expresiones artísticas para despertar la conciencia social y de paso retar al establishment chino. Arquitecto, artista, fotógrafo, productor cinematográfico, documentalista, compositor, blogger, escritor… En sus trabajos utiliza el simbolismo de los objetos históricos y tradicionales de la cultura china para interpretar el mundo contemporáneo con todos sus conflictos sociales, incluso a través de obras de acción colectiva.

Alfred Weidinger. Ai Weiwei en su estudio, Berlín 2015.
Rehúye de los calificativos que le ha dado el mercado cultural. “I am a fake artist”, dice, porque finalmente él es apenas una partícula de esa compleja masa de ciudadanos. Lo que Ai Weiwei expresa en su arte es su propia vida, y la forma que le preocupan algunos hechos trascendentes que impactan a la humanidad. Su premisa es que la autonomía del individuo no es negociable.
El hombre que, en 2008, colaboró con la firma Herzog & de Meuron, en la creación del Estadio Olímpico de Bejing, mejor conocido como “Bird’s Nest”, es el mismo que no pudo impedir que el gobierno chino, en 2011, demoliera su estudio en Shangai.
No fue la única ni la primera medida en contra el activista chino. Weiwei se convirtió en un personaje peligroso para su país cuando inició una investigación personal para encontrar las causas de la muerte de cerca de 5.000 estudiantes y más de 70.000 personas, en el terremoto de Sichuan, ocurrido en 2008.
Fue un año de gloria y de riesgos. También es el antes y después de su obra artística, lo que le hizo ver con mayor claridad su aporte para hacer de la cultura un poder transformador de la sociedad y la conciencia. “Si no me hubiera comprometido con la tragedia, no sería el artista que soy hoy día. No me puedo imaginar seguir haciendo arte si no reflexiono sobre mi punto de vista político”, relata Weiwei en The Start, podcast de cultura en The Guardian, producido por Eva Krusiak.
Conceptualismo y minimalismo
En 1981, Weiwei viajó a Estados Unidos para desarrollarse como artista. Allí vivió 12 años refinando sus técnicas de pintura. Los ready made de Marcel Duchamp y los seriales de Andy Warhol fueron sus principales referentes; así como el minimalismo de artistas como Robert Morris, Carl Andre, Donald Judd y, especialmente, Richard Serra.

En el Metropolitan Museum 1983
En un artículo de The Guardian, el artista relata que luego de su estadía en Nueva York, regresó a China en 1993, convencido de que no tenía cabida en el medio artístico americano. “Nunca me sentí parte de eso y nadie estaba interesado en mí”, describe.
Años después se dedicaría a alimentar un blog sobre la sociedad moderna China, el gobierno y el arte (2005-2009). Allí manifestaba su inconformismo con las políticas culturales de su país; para muestras, una cita: “China aún carece de un movimiento modernista de cualquier magnitud, ya que la base de tal movimiento sería la liberación de la humanidad y la iluminación traída por el espíritu humanitario. La democracia, la riqueza material y la educación universal son el terreno sobre el cual existe el modernismo”.
Cuando sobrevino la tragedia de Sichuan (2008) se quedó paralizado, no sabía que escribir. Entonces apareció el Weiwei documentalista: comenzó a buscar las historias de los estudiantes que perecieron en los centros educativos, se ocupó de estudiar las estructuras arquitectónicas y también a apuntar los nombres de las víctimas. Su tesis apuntaba a que la corrupción y la negligencia gubernamental socavaron las estructuras de los edificios que debían ser seguros para la educación.
A través de internet logró reunir a un gran equipo de investigadores que recogían estadísticas y datos que retaban la censura gubernamental y el control de la información. Todo lo publicaba en su blog, hasta que el gobierno lo bloqueó.

Ai Weiwei – Remembering, 2009, mochilas y armazón de metal, 925 x 10605 x 10 cm, Haus der Kunst, Munich
Una invitación a Múnich en 2009 le brindó la oportunidad de realizar el proyecto que jamás hubiera podido hacer en su país: cubrió una fachada del museo Haus der Kunst con 9.000 mochilas estudiantiles de colores que construían, en alfabeto chino, la frase sugerida por una madre las víctimas: “Hazle recordar al mundo que ella vivió felizmente por siete años“. Hablaba de ellos en plural, lo decía en chino, pero la curiosidad invitaba al espectador a investigar su significado.
La obra Remembering (2009), quería demostrar además que “en la sociedad china, con censura y controles, los individuos todavía tomaban acciones para defender sus frágiles derechos“, describe el artista en la grabación editada por The Guardian. Elegir esa fachada tuvo una razón de ser. Es una histórica edificación realizada especialmente para Hitler. “El criticaba cualquier trabajo que considerara degenerado, cualquier abstracción, o los tempranos ejemplos de surrealismo. Entonces, cubrir esa fachada fue un acto político, un muy dramático acto“, dice Ai.
Sobre el mismo tema hizo un documental. Además, con un equipo de más de 100 voluntarios recuperó de los escombros cerca de 90 toneladas de las cabillas retorcidas. Las enderezó para exhibirlas en la simulación del manto tectónico y las fallas geológicas, Straight (2008-2011), uno de sus simbolismos que no requieren explicación. Pero también las trabajó como si cada una fuera un trazo curvilíneo, líneas de dibujo que revelan la leve cicatriz del hierro, la fractura, la hendidura, el rastro de la torsión que acabó con la vida de esa comunidad.

Ai Weiwei, "Straight" (2008-2012), vista de la instalación en Kunstsammlung Nordrhein-Westfalen, K20, 2019 © Ai Weiwei; Cortesía Kunstsammlung NRW. Foto: Achim Kukulies
. Las cabillas pertenecen a colegios destruidos en el terremoto de Sichuan donde murieron miles de niños.
Como era de esperarse, a su regreso a China, Weiwei fue objeto de represalias de los cuerpos de seguridad. En 2009 fue golpeado hasta quedar con una hemorragia cerebral. En 2011 permaneció detenido por 81 días, sin que las autoridades chinas dieran a conocer su lugar de reclusión; le confiscaron el pasaporte, y posteriormente cumplió cinco años de arresto domiciliario.
En 2015 levantan la prohibición de salida del país, lo que le permitió a Weiwei viajar a Londres, donde el Tate Modern exhibió su obra. “No puedo pensar en Beijing como una prisión para mí. Beijing es la ciudad de mis padres, donde ellos se quedaron a vivir. Pero definitivamente, Beijing es una cárcel para la libertad de expresión”, dice en el documental Ai Wewei on Beijing, realizado por Max Ducan. Cabe recordar que su padre, el poeta Ai Quing, fue condenado a trabajos forzosos en el campo durante el régimen de Mao Zedong.

El artista con su padre Ai Qing en 1958
También le impusieron una multa de 2,4 millones de dólares por impago de impuestos. Para sorpresa del artista, como describe el libro China, la edad de la ambición, de Evan Osmos, aviones de papel con billetes dentro volaban desde la calle a su jardín, por encima de los muros; o bien sus simpatizantes le entregaban fajos de dinero, en señal de apoyo.
Aún con una historia de vigilancia y exilios, también saltaron los reconocimientos. En 2011 fue nombrado miembro de la Academia de las Artes de Berlín y Hombre del año por Time Magazine. En 2012 recibió el Premio Václav Havel por la Creative Dissent de la Fundación de Derechos Humanos; y en 2015 Amnistía Internacional le otorgó el premio al Embajador de Conciencia, que se destina a personas que contribuyen a la causa de los derechos humanos.
Igualmente, en 2019, destacó como el artista más visitado en eventos expositivos, con 1,1 millones de personas al año, según The Art Newspaper. El más alto ranking lo logró gracias a la exposición itinerante por Brasil, que recorrió Sao Paulo, Belo Horizonte, Curitibia y Río de Janeiro. Superó a Edvard Munch y Gustav Klimt, ambos exhibidos en el Museo de Arte de Tokio. La muestra de Leonardo da Vinci en el Louvre (comentada también en Estilo), recibió similar afluencia, sólo que por extenderse hasta 2020, no pudo ser incluida en la medición. Se podría decir entonces que, técnicamente, el público se interesó en su obra tanto como por la de Leonardo da Vinci.
La fotografía como recurso
Siempre se le ve utilizando la cámara de su celular. En internet se encuentra un selfie quemado por el flash, en el que comparte escena frente al espejo con los guardias de seguridad, con caras de pocos amigos, que lo custodian.

Ai Weiwei – Illumination, 2009. Courtesy of Ai Weiwei Studio
Entre 1995 y 2003 realizó la serie Estudio de perspectiva, que muestra la mano del artista en señal obscena frente a distintos monumentos del mundo, un signo gestual que para sus compatriotas no significa nada. Comenzó este seriado con la Puerta de la Plaza Tiananmen, también conocida como la Puerta de la Paz Celestial, en cuyo recinto los soldados masacraron a los estudiantes en 1989.
Posteriormente hizo otras fotos en lugares turísticos o emblemáticos del poder, como la Torre Eiffel en París, el Reichstag en Berlín y la Casa Blanca en Washington D.C. Una compilación de estas fotografías se encuentran en la colección del MoMa de Nueva York.

Ai Weiwei. Dejando caer una urna de la dinastía Han, 1995.
Sus fotografías parecían actos irreverentes, pero Weiwei encendió las discusiones cuando realizó el tríptico Dejando caer una urna de la dinastía Han (1995), de una antigüedad de 2.000 años. Relata el artista que al primer intento no logró la imagen, y tuvo que destruir otra vasija, pero no queda claro si lo dijo solamente para provocar. Hay quienes prefieren restar importancia al impacto de la imagen, diciendo que es una réplica y no una pieza original, mientras que los anticuarios consideraron que fue un acto de profanación, a lo que Weiwei les respondió: “El general Mao solía decirnos que solo podemos construir un mundo nuevo si destruimos el viejo“. El autor continúa recreando esta obra de múltiples maneras: piezas rotas de porcelana esparcidas, o las mismas fotografía reproducidas de diferentes formas, incluso a través de piezas de lego.
Los jarrones chinos simbolizan para Weiwei la búsqueda de su cultura ancestral y el encuentro con la cultura occidental contemporánea. Con clara influencia de Warhol realizó “Vasija de la dinastía Han con el logotipo de Coca-Cola” (1995). En una muestra de art Pop critica la cultura de masas al pintar en colores chillones 16 vasijas neolíticas (5000-3000 a.C), obra titulada “Colored Vases” (2008). Así daba inicio a la reproducción de un mismo objeto en grandes proporciones.






Otra de sus más llamativas piezas es Descending Light (2007), una gigantesca lámpara de cristales rojos, estilo chandelier, dispuesta en el suelo como si se hubiera derrumbado. Algunos críticos consideran que Weiwei simbolizaba con esta obra una hipotética caída del régimen comunista chino. La espiral y la iluminación son impactantes. De otras maneras ha recreado distintas lámparas chinas, que honran su pasado. Por ejemplo, el Cube Light, que mide más de cuatro metros de altura, y comprende hileras de cristales dorados que se iluminan, fue adquirido por el museo Smithsonian’s Hirshhorn, en Washington D.C., después de haber realizado una retrospectiva de su obra, en 2012.
El peso del arte
El hecho de tener una formación de arquitecto le permite a Weiwei diseñar sus trabajos de una manera monumental y estructurada en planos geométricos y matemáticos. Los objetos de la tradición china se han transformado en arte a partir de la reproductibilidad de la pieza en nuevas formas.

Ai Weiwei. Stools. Exposición Evidence. Hall de exhibición del Martin-Gropius-Bau, Berlin, Alemania. 2014. Foto: Kay Nietfeld / AFP - Getty Images
El té, la semilla de girasol, las bicicletas, los cangrejos, la sandía china, los taburetes, las tradicionales lámparas, y hasta el ciclo lunar, son comunes para la civilización oriental, pero se desdibujan en un nuevo objeto a través de sus composiciones.
Un cubo de té pu’er comprimido, de un metro cúbico, hace honor al minimalismo en Weiwei. Y así como el hábito del té ha traspasado fronteras, también la movilidad en bicicletas se transforma en escultura. El ensamblaje de 1.254 bicicletas se convirtió en una de sus más sorprendentes creaciones de gran dimensión. Forever Bicycles (2014) también podría considerarse una pieza de arte cinético, porque arrasa con la sensación de movimiento centrifugo, aún en la disposición estática de las piezas que la componen.

Ai Weiwei. Forever Bicycles. Foto: John K Thorne. London’s Gherkin Building,
La fragilidad de una vida como de porcelana
Así como destruye porcelana antigua, también construye otros objetos con la colaboración de artesanos chinos. La fragilidad del material parece vincularse a los momentos críticos que vivió el artista a raíz de la persecución del gobierno chino.
Cuando cerraron definitivamente su taller en Shanghái, en 2010, Ai Weiwei organizó una celebración que fue prohibida por las autoridades, pero a la que acudieron miles de personas. En el menú se incluyó cangrejos de río. Por las mesas del gran banquete pasaron 10.000 crustáceos. La palabra Hei xie (cangrejo) se utiliza en internet para definir censura. La cantidad dispuesta también recuerda el eslogan político: “¡El presidente Mao vivirá 10.000 años!”.

Ai Weiwei. Hei Xie. Palacio Blenheim, 2014. Foto: Helenneven. Wikimedia commons.
Hei xie es un homónimo de armonioso, y se habla mucho en los círculos del gobierno chino. Pero Weiwei diseñó en porcelana sus cangrejos rojo y negro y los colocó en escenarios perturbadores. Aparecen apilados, como intentando escapar de una esquina de la Royal Academy of Arts de Londres; en otra sala están dispuestos de tal forma que parecen dar vueltas alrededor de una columna. No son imágenes armónicas.
En otra obra de acción colectiva, Sunflowers seeds (2010), el artista contrató a 1.600 artesanos y trabajadores chinos de la región de Jingdezhen, para hacer a mano cien millones de semillas de girasol en porcelana. Explica Weiwei en un video sobre el proceso de este proyecto que en esa localidad se realizaban las porcelanas para la corte del Emperador, y que él quiso aplicar las técnicas ancestrales a su trabajo con el lenguaje moderno contemporáneo.
La semilla de girasol es un popular bocadillo que se compra en los tarantines callejeros de China, y Weiwei quiso rendir honor a la clase trabajadora y desafiar al tan conocido Made in China. Pero además hay otras connotaciones. La obra adquiere un significado político cuando evoca las imágenes de propaganda de la Revolución Cultural, que muestran a Mao Zedong como un sol y a la masa como girasoles que se dan vuelta hacia él.
Cuando se expuso la obra en 2011 en el Tate Modern Turbine Hall, de Londres, las personas podían caminar sobre semillas hiperreales. Pero posteriormente se prohibió el acceso, porque se determinó que el polvillo que desprendían podría ser tóxico. No obstante, el impacto de esta exhibición permitió que ese mismo año Sotheby’s subastara 100 kilogramos de semillas a un valor de 563.550 US dólares, un equivalente estimado de 5,6 dólares por semilla. Luego del cierre de la exposición, el Museo Tate adquirió, en 2012, ocho millones de esas semillas. El artista sugirió que las metieran dentro de un cono de cinco metros de diámetro y metro y medio de alto.

Ai Weiwei. Instalación de semillas de girasol de porcelana, 2011. Tate Modern Turbine Hall. Foto: Аnna Astajoba.
En porcelana igualmente hizo la obra Blossom (2014), con diminutas flores que colocó sobre sanitarios (recuerda nuevamente a Duchamp). Fue una instalación en la penitenciaría de Alcatraz (Estados Unidos) que alude con cinismo a la Campaña de las Cien Flores, breve periodo favorable a la libertad de expresión en la China de 1956, a la que siguió una gran represión contra los disidentes.
Innumerables son las formas en que el multifacético creador ha representado su idiosincrasia. Mapas de China que se arman como un tangram a base de distintos tipos de madera, que logran conectarse en puntos que lucen imposible, en metáfora a los 58 grupos étnicos reconocidos; los doce bustos de bronce del zodiaco chino, cada uno de cuatro metros de altura, inspirados en la fuente con reloj del palacio de verano de Yuaming Yuan, un complejo construido en el siglo XVIII por la dinastía Qing que fue destruido durante la Segunda Guerra del Opio en 1860; el rescate del olvido de la estructura original del Salón ancestral de la familia Wang, con 400 años de antigüedad (2014). O trabajos más personales como la serie S.A.C.R.E.D, que presentó en la Bienal de Venecia en 2013, con figuras hiperrealistas del propio Weiwei, que lo muestran durante sus 81 días de arresto: vigilado por policías mientras duerme, mientas se baña, en toda intimidad; los videos cortos que constituyen la película Berlin, I love you (2015), que habla de la división de una ciudad, así como la separación de su familia; quizás su obra menos aplaudida sea Surveillance Camera, la reproducción en serie de cámaras de seguridad talladas en mármol blanco, que grita silenciosamente el control al que fue sometido… Es como si hubiera llevado a la máxima expresión un diario de desagravios, que ya no podía llevar en el blog que fue bloqueado.

Ai Weiwei. S.A.C.R.E.D. Diorama. Bienal de Venecia, 2013. Foto: Domenico Stinellis/AP
Refugiados
Y una vez más se conmueve con la tragedia de los otros, cuando realiza una de las más monumentales instalaciones Law of the Journey (2017), que se presentó en la 21ª Bienal de Sydney y también en el museo Trade Fair Palace, en Praga.

Ai Weiwei, Law of the Journey, 2017-4. Galería de Arte Nacional de Praga. República Checa.
Se trata de una balsa de hule inflable de color negro azabache de 60 metros con cerca de 300 figuras humanas hechas del mismo material. Incluso muestra a algunos refugiados flotando en un mar invisible, ese mar por donde transita el público mientras observa la obra. Para la construcción, Wiewei recurrió a una fábrica china que suministra las precarias embarcaciones a los refugiados que intentan cruzar el mar Mediterráneo. “Siento una gran compasión por las personas que temen a los migrantes, por su carencia de conocimiento y, como consecuencia, su incomprensión de la humanidad”, declaró Ai Weiwei a la prensa, a propósito de esta exposición.
Pero no fue la única pieza que realizó sobre este tema. Primero talló en mármol blanco y negro tres salvavidas: Tyre; en la instalación Life cycle, vuelve a construir un bote de refugiados en bambú, usando ancestrales técnicas chinas. Y así como utiliza la fragilidad de la porcelana en sus materiales, también recurre a la maleabilidad de esa tradicional planta oriental.




Un largometraje, Human Flow (2017), dirigido por el artista, es quizás también el más denso esfuerzo de investigación que ha realizado. Para esta producción filmaron escenarios y se hicieron entrevistas en más de 23 países, incluidos Grecia, Afganistán, Bangladesh, Suecia e Italia. “No hay una crisis de refugiados, es una crisis humana y en la forma de gestionarla, hemos perdido nuestros valores más básicos. El problema de los refugiados es global, un problema político a varios niveles, y no va a desaparecer. La situación está empeorando”, dice Ai Weiwei.
En un nido de chalecos salvavidas se posa una bola de cristal. Crystal Ball (2017) predice el futuro incierto de millones de personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares, huyendo de los conflictos de sus naciones y de la guerra. Como esta, muchas otras creaciones de Ai Weiwei apuntan a la tragedia que padecen ciudadanos del mundo. No conforme con todos estos aportes, en 2019 realizó una nueva película sobre la inmigración, titulada The Rest.
El tema también inspiró al disidente chino para escribir un libro que tituló Humanidad y fue publicado inicialmente por la Universidad de Princeton y luego por la editorial Paidós. Como todo es un continuum, también filma a las personas leyendo párrafos de su obra. “Mi visión utópica se apoya en la idea de que todos los hombres son creados iguales y que la vida es un regalo”.
Actualmente trabaja en otras filmaciones, una relacionada con los refugiados de Rohingya, otra sobre la desaparición de 43 estudiantes en México, y la tercera –que es su plan a más largo plazo- es narrar la histórica relación entre el hombre y los animales.
Actualmente, Ai Weiwei vive en Cambridge, Reino Unido, luego de decidir abandonar la ciudad que lo recibió en el exilio en 2015, Berlín. No encontró un espacio en el mercado del arte alemán, como le ocurrió en su estadía en Estados Unidos. Declaró que Alemania era un país “demasiado centrado en sí mismo“, quizás advirtió la dificultad de que sus propuestas artísticas, con marcado acento de su cultura ancestral, permearan en la sociedad. Pero eso no ha impedido que Ai Weiwei haya dejado huella en gran parte del mundo, incluyendo España, Japón, Australia, Italia, Corea, y en países de América Latina como Chile, Argentina, Brasil y México.
Pero más que su presencia en todas estas naciones, bien en exhibiciones o bien con visitas formales para su trabajo, su visibilidad mayor y masiva es en las redes sociales, adonde puede acceder con libertad para difundir su mensaje.
En estos días, Weiwei ha sido vocal en relación a la actuación de China con la enfermedad Covid-19 causada por el coronavirus. En un artículo publicado por cnn en español el artista dijo “China nunca aprenderá. No importa a qué tipo de desastre se enfrenten. Lo único que aprenden es qué tan bien usan este poder autoritario para manipular la historia. Ese tipo de arrogancia y éxito los llevará a otra crisis. Es una pena. Es obvio que tienen que cambiar su comportamiento y aprender a ser más científicos y confiar en su propia gente, pero simplemente, no hay confianza en China entre los líderes y su propia gente, entre las personas mismas y entre la comprensión individual de la situación actual y (su) propio futuro”. Weiwei cree que el virus solo ha fortalecido lo que él llama el “estado policial”, permitiendo que el Gobierno continúe recolectando datos y construyendo una comprensión más profunda de sus ciudadanos. “China tiene 1.400 millones personas y un solo poder. Realmente tienen que mantener este tipo de poder conociéndolos a todos: lo que piensan y su comportamiento”















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