por Inger Pedreáñez
Ferdinand Bellermann (1814-1889) fue el primer pintor alemán que dibujó el rostro de Venezuela, no a través del individuo sino del paisaje. Lo hizo con tal asombro ante la luz del trópico que destacó entre los pintores viajeros de mediados del siglo XIX y motivó nuevas expediciones. Durante una estadía de poco más de tres años por el país, acumuló cinco libretas con estudios y bocetos que le permitieron seguir recordando, en sus lienzos, las regiones recorridas en un itinerario recomendado por el mismo Alexander von Humboldt. Inspiración que mantuvo por el resto de su vida.
A través de un diario de viajes en los que detallaría la geografía y la vegetación minuiciosamente, Bellermann dejó testimonio de la vida urbana y rural del país, y de los agrestes parajes. Su observación constante describe la imposición de la densa naturaleza frente a la civilización, y así lo refleja en sus cuadros, donde la figura humana es apenas una diminuta parte de las vastas extensiones vegetales. Representa el paisaje venezolano como una gran escenografía teatral que ofrece un contexto visual a la historia. Pero es la natualeza intocable, virgen, salvaje, el tema que pincela de manera sublime. Venezuela se prendió en su imaginario pictórico y un “Atardecer en el Orinoco”, aún sin concluir, le acompañó en su lecho de muerte.


La trayectoria artística de Bellermann está entremezclada de relaciones que hicieron posible ser un expedicionario y como lo han llegado a definir, un científico del arte. A los catorce años, su tío abuelo Johann Bellermann, un comerciante en Erfurt, lo inscribe en la Escuela Libre de Dibujo en Weimar, fundada por Goethe, para que aprendiera el oficio de pintar en porcelana. Su primer maestro fue Johann Heinrich Meyer, íntimo amigo de Goethe y consejero en temas estéticos y de teoría del arte. Allí tuvo como referentes de estudio a Claude Lorraine y Nicolas Poussin. Sin embargo, dificultades en la visión y el fallecimiento de su tutor dan un giro a su formación. Aunque su vocación ya era indiscutible: en el Museo de Erfurt se conserva una de sus primeras obras de esa época, en la que se detalla la catedral de esa ciudad y la iglesia de San Severino.
A los 19 años retoma los estudios en la Academia de Berlín, esta vez en pintura paisajística, bajo la tutela de Karl Blechen, precursor del impresionismo en Alemania, quien además fue un estudioso de la obra de William Turner. Blechen contribuyó a que Bellermann representara la flora y la vegetación con precisión en prácticas de dibujo al aire libre. Paralelamente, el artista tomó clases privadas con August Wilhelm Schirmer. Ambos maestros tendrían una gran influencia en el desarrollo del paisajista romántico, y en algunos de sus cuadros se puede analizar elementos comunes o inspiradores que tienen o bien el sello de Schirmer o bien el de Blechen. Por ejemplo, en sus diarios Bellermann dice que la vegetación de Galipán le hace pensar en su maestro Schirmer; por otro lado utiliza los amarillos del atardecer y los efectos de partir de la sombra hacia la luz de Blechen.
En 1840, a la edad de 26 años, Ferdinand Bellermann viaja con su amigo y maestro de Weimar, Friedrich Preller, a Noruega, a través de Bélgica y los Países Bajos (cabe mencionar que Preller fue pareja de Goethe y quien dibujó al poeta en su lecho de muerte). A su regreso, Bellermann pinta un gran lienzo que detalla con gran precisión la naturaleza, y es así como llama la atención del naturalista y explorador Alexander von Humboldt, quien estuvo en Venezuela entre 1799 y 1800. Humboldt no sólo recomienda a Bellermann como candidato para una nueva expedición a Sudamérica, sino que le provee de mapa de rutas, y convence al rey Federico Guillermo IV de Prusia para cubrir parte de sus gastos de viaje, con la condición de que sus cuadernos de bocetos fueran entregados a la Colección Real Prusiana a su regreso. “Como resultado, el Kupferstichkabinett en Berlín ahora posee unos 233 dibujos de Bellermann, incluidos trabajos topográficos, vistas de puertos y ciudades, y estudios detallados de plantas y naturaleza”, describe Richard Lowkes en el ensayo “Los viajes del artista alemán Ferdinand Bellermann en Venezuela”, escrito para Sotheby’s.

Ferdinand Bellermann. Vista de la Guaira desde el mar, 1842.
Humboldt también le entrega cartas de presentación al artista entre las que escribió: “Pido a todas las personas que en el hermoso país de Venezuela han conservado algun aprecio por mi nombre, ayudar con sus consejos a mi joven compatriota, el Sr. Ferdinand Bellermann (…) muy, merecedor de la confianza que me atrevo a solicitar para él, de los ciudadanos de la Republica de Venezuela”.
Realmente, Bellermann ya tenía el propósito de conocer el Nuevo Mundo, y encontró quienes le apoyaran. El comerciante alemán y cónsul prusiano en Puerto Cabello, Carl Rühs, le ofreció sin costo alguno el traslado marítimo, para que registrara las plantas y los paisajes de Venezuela. Salieron del puerto de Hamburgo el 25 de mayo de 1842, en un barco de vela de dos mástiles, el Margareth, y llegaron al puerto de La Guaira el 10 de julio. La primera impresión del artista con el país son las ruinas derivadas tanto de la Guerra de Independencia como del terremoto de 1812.

Ferdinand Bellermann. Costa de la Guaira a la caída del sol” (1874) es considerado el paisaje más bello realizado por Bellermann, tasado en 2013 por Sotheby`s en casi un millón de dólares.
Durante esos primeros cuatro días en La Guaira, el artista aprovecha la vista del paisaje costero para realizar sus primeros bocetos. Luego viaja por vía marítima hasta Puerto Cabello que era el destino previsto por Rühs. Allí conoce al comerciante alemán Ludwig Glöckler, quien lo invita al ingenio azucarero de San Esteban. Esta hacienda deslumbra al artista en los colores del trópico. Siempre retornaba a San Esteban, incluso fue su última parada antes de regresar a Europa.
“Pasé las últimas dos semanas en el valle celestial de San Esteban en la Villa del Sr. Glöckler. El tiempo que pasé allí fue uno de los más hermosos de mi vida. Y lo que antes había sido la parte más memorable de mis viajes … ahora palidece en comparación.”
De los diarios de Ferdinand Bellermann

Ferdinand Bellermann. Hacienda de San Esteban de Puerto Cabello, 1842.
En diciembre se traslada a Caracas y es testigo de excepción de los actos fúnebres por la llegada de los restos de Simón Bolívar procedentes de Colombia. Por un tiempo se mantuvo entre Caracas, Valencia y Puerto Cabello trabajando en sus crónicas visuales en compañía recurrente de los naturalistas Nicolaus Funk y Karl Moritz. Escribe Bellermann en sus diarios: “La Puerta está aproximadamente a media hora de la ciudad [Caracas] y todo ese tiempo se cabalga en medio de ruinas y escombros hasta que se llega a las verdaderas calles […] Entre las ruinas hay muchas muy pintorescas, que son de iglesias”.
El clima le juega en contra en los meses de marzo y abril, era imposible pintar al aire libre. Pero se abre una oportunidad al conocer al retratista inglés Lewis B. Adams, quien le ayudó a mejorar sus dibujos de personajes típicos y además le acompañó en viaje a Valencia, Maracaibo y Cumaná. Explica Lowkes en el ensayo ya citado, que Bellermann dibujó bocetos de llaneros, guajiros, criollos e indios, pero no como motivo central de su obra, sino con la intención principal de reproducir de manera verosímil su morfología, el atuendo, los medios de transporte y los utensilios locales.
En mayo de 1843 viaja a Cumaná y permanece, en compañía de Moritz y Funk. El 9 de agosto llegan a otro de los lugares que más le impresionó, la Cueva del Guácharo. “La cueva es lo más bello que he visto hasta ahora y nada más quisiera que mis dibujos lo demostraran”, escribe Bellermann, quien realiza diversas representaciones del monumento natural. Se tomaron 14 días para explorar la cueva por dentro y por fuera. Y al concluir la expedición aseguraron con orgullo que habían superado las distancias alcanzadas por Humboldt y Codazzi. Lamentablemente, el mapa que mostraba las rutas descubiertas desapareció.

Ferdinand Bellerman. Cueva del Guácharo, 1843
En una carta a Max Jordan, director de la Galería Nacional de Berlín, Bellermann escribió el 20 de septiembre de 1880: “(la cueva) se considera la mayor maravilla natural de Venezuela y aún sigue proporcionando a los habitantes numerosos motivos para inventar los cuentos más fabulosos. (…) En la mayor parte de la cueva viven los … pájaros guácharo (Steatornis caripensis), que hacen un ruido ensordecedor en el interior y castañetean con los picos al salir volando como si se soltasen miles de castañuelas…”.

Ferdinand Bellerman. Cueva del Guácharo, 1880
. Colección Patricia Phelps de Cisneros.
Bellermann creó en poco tiempo una gran colección de dibujos en colores pastel, bolígrafos y lápices, utilizó para sus bocetos la técnica a color (en óleo o témpera), que periódicamente enviaba a la corona prusiana. La valía de su obra es descrita por Alfredo Boulton como única: “Esa forma de expresar la naturaleza no habia sido vista anteriormente en nuestro medio […] nadie había pintado nuestro paisaje con tanta violencia. Su obra venezolana encierra un sentido poético de muy especial valor artístico”, dice.
En noviembre de 1843 el artista alemán va rumbo a otra de sus emblemáticas expediciones. No se encontraba en buen estado de salud, de manera que enrumba hacia Angostura desde Puerto Cabello en una travesía en barco. Entra al Orinoco el 2 de diciembre y registra la selva como si ese paisaje fuera exclusivo para él.
“El puerto más arriba del mercado está lleno más que nada de canoas indígenas, balandras y lanchas, aunque también pueden entrar barcos grandes. Esta parte del puerto ofrece un panorama interesante, las riberas superiores están cubiertas de arena, sobresaliendo del negro-azulado de las rocas, arriba la calle y algunos restos de la vieja fortificación, todo animado por la múltiple población. Los indios se han construido chozas (…) otros cocinan su alimento en una concha de tortuga entre las piedras”.
Los recursos se le iban agotando, pero mantenía contacto con comerciantes que le pedían encargos de pinturas que permitían mejorar sus finanzas. Entre ellos estuvieron G.J. Vollmer, quien le encargó pintar su hacienda El Palmar y el cónsul hamburgués Blohm, a quien le dibujó una vista de Maiquetía desde la ventana de su casa. Pero aún faltaba uno de los encargos prioritarios solicitados por Humboldt, llegar a Los Andes merideños.
Alexander von Humboldt le escribe a Ignaz von Olfers, director de los Museos Reales de Berlín, para un nuevo financiamiento, insistiendo en que: “Mérida sería una gran atracción porque allá existen montañas nevadas, y sería magnífico tener, además de Los Nevados de México, el carácter natural de las montañas nevadas y la flora alpina de Sudamérica, en especial de una región poco visitada. Con ello, su colección se enriquecerá en vistas geográficas”.

Ferdinand Bellermann. La Colonia Tovar.
Mientras espera los recursos, Bellermann permanece en Caracas, recorriendo los alrededores entre ellos la Colonia Tovar y Galipán. El 11 de agosto de 1844 conoce al pintor venezolano Ramón Páez, hijo del general José Antonio Paéz y así lo registra en sus diarios. Son Páez y Carmelo Fernández los que seguirán esta saga de los pintores viajeros en su propia tierra. En octubre, en compañía del naturalista Carl Moritz, quien también recibió una beca, comienza la nueva aventura, cuya primera parada es Maracaibo. Pasan Los Andes por los bosques de La Ceiba. Este es uno de sus testimonios:
“Tuvimos una mañana despejada y vimos las montañas andinas de Mérida surgiendo triunfantes de entre las nubes. (…) El cañón era estrecho, con arboles altos y vegetación exuberante, muchas veces cubierto de plantas, la luna creaba con ellas las formas más fantásticas, el murmullo del bote al pasar sobre juncos y hojas tenia algo inquietante. Fue una de las excursiones más fantásticas de todo mi viaje (…) Después de aproximadamente una hora de travesia desembarcamos en la llamada Aduana, donde colgamos nuestras hamacas en una barraca. Esa noche tuvimos una tormenta terrible y a la mañana siguiente un hermoso arco iris resplandecía sobre la selva virgen que rodea La Ceiba”.

Ferdinand Bellermann. Cascada en los Andes de Venezuela. 1843.
Betijoque, Escuque, Mendoza, La Puerta, La Mesa, Timotes y Chachopo, el Páramo de Mucuchíes, Mucurubá y Tabay es parte del recorrido que le permite comparar el frío del trópico con el Europeo. Una vez que alcanza Mérida, visita Ejido, Jají y Lagunillas. Logró pintar los espacios nunca antes vistos y muestra por primera vez la vasta singularidad del paisaje venezolano, con una valiosa contribución al estudio de la topografía y la botánica del país.
Bellermann fue el primero en dar testimonio de la selva americana para que los europeos pudiesen admirar el paisaje virgen. Lo hizo cincuenta años después de los viajes de Humboldt y diez años antes que Camille Pisarro y Fritz Melbye. Cuando regresó a Hamburgo, tenía un record de 650 óleos y dibujos realizados durante su larga travesía. Apenas eran sus apuntes para sus obras de mayor formato que desarrollaría en Alemania, en su mayoría en posesión de la Galería Nacional de Belín.

Ferdinand Bellermann. Paisaje de Venezuela, 1863.
El 15 de noviembre de 1845, regresó Bellermann a Alemania. En 1849 aceptó un cargo de maestro de dibujo. Fue asistente de Schirmer en la formación de las nuevas generaciones y también sería su suplente al enfermar su maestro. Tras su muerte, en 1866, Bellermann fue nombrado director de la clase de pintura paisajista de la Academia de las Artes. Entre los años 1851 y 1852 participa en la ampliación del Nuevo Museo en Berlín con dos grandes murales para la sala de Antigüedades Nórdicas. Representó a Prusia en exposiciones internacionales. En 1879 realiza su conocido cuadro “La visita de Alejandro de Humboldt a la cueva del Guácharo en la cordillera de Venezuela en el año de 1799”. No logró cumplir su sueño de publicar una obra que reuniera su experiencia de viaje, aunque en 1894 el naturalista Hermann Karsten, presentó una modesta publicación con litografías de dibujos del pintor.
Sobre el inventario de la obra de Ferdinand Bellermann, el portal Vereda, de la Universidad de Los Andes, indica que La Galería Nacional de Berlín, “posee 116 croquis a lápiz de paisajes y flora; 11 vistas de casas, plazas, iglesias e interiores a lápiz; 5 bocetos de tema figurativo; 77 esbozos de paisajes en óleo; 11 dibujos en óleo de flores, ramas y arbustos; 4 óleos de palmas; 8 croquis de primeros planos y detalles, y 10 óleos de personajes locales, además de 5 cuadernos de croquis. La Gobernación del Distrito Federal (Caracas) cuenta en su colección con una pequeña Vista de Caracas (35 x 40 cm), posiblemente realizada durante la presencia del artista en el país, mientras que la GAN adquirió en 1993 Am Orinoco (h. 1860) y, en 1995, Atardecer a orillas del río Manzanares, Cumaná (1867)”.

Ferdinand Bellermann. El Orinoco
.El legado de Bellermann pasó al olvido al momento de su muerte el 11 de agosto de 1889. Sin embargo, cien años después vuelve a florecer. Berlín (1987) y Erfurt (1989) fueron los primeros en rendirle homenaje, una vez que Venezuela comenzó a tocar las puertas diplomáticas para recordar al pintor expedicionario. En diciembre de 1991, la Galeria de Arte Nacional de Caracas inauguró la exposición Ferdinand Bellermann en Venezuela: Memoria del Paisaje. 1842-1845, con una selección de sus obras, pertenecientes en su mayoría a los Museos Estatales de Berlín. En 2007, los “Diarios Venezolanos 1842-1845” de Bellermann, fueron publicados por la Galería de Arte Nacional en Venezuela. Entre 2009 y 2010 la Fundación Alberto Vollmer realizó una exposición histórica denominada: “Arte inspirado por Humboldt. Viajes de Estudio por Latinoamérica”, en la oficina de Grabados y Dibujos de Berlín, con obras de Johann Moritz Rugendas, Eduard Hildebrandt y Ferdinand Bellermann.
También el arte contemporáneo lo recuerda, como es el caso del artista venezolano Manuel Eduardo González, quien realizó la serie “Sedimentaciones” basadas en los cuadros de Bellermann reproducidos en el libro de Renate Löschner “Bellermann y el paisaje venezolano 1842/1845”, de 1977.
Bellermann llegó a Venezuela en el momento preciso de constituirse la primera República, tras la disolución de la Gran Colombia. El país era un territorio inexplorado, pero ya Inglaterra, Alemania, Portugal comenzaba a sortear las oportunidades mercantiles del Nuevo Mundo, y de Venezuela como puerto de acceso. El artista tendría la tarea de reflejar la botánica y las costumbres. Nadie como él alcanzó nuevos parajes salvajes, incluyendo las sendas para llegar a Los Andes, que fue tarea pendiente de Alexander von Humboldt. A su regreso, el historiador Franz Reber lo bautizaría como El pintor de la selva vírgen.














Ferdinand Bellermann. Vista de Puerto Cabello, 1843.
Inger Pedreáñez es periodista (UCV), fotógrafa, poeta. Profesora de periodismo en la Universidad Católica Andrés Bello. Dedicada al periodismo corporativo por más de 25 años. IG: @ingervpr.
Más sobre Bellerman
https://www.sothebys.com/en/articles/german-artist-ferdinand-bellermanns-travels-in-venezuela
El pintor de la selva. 4 años siguiendo las huellas de Humboldt