Luis Ángel Duque, un lad nada común

Publicado por 3:58 pm Arte • 3 Comentarios

En el fugaz instante

Antonio Briceño

En 1993 me gradué de biólogo en la ilustre Universidad Central de Venezuela, pero tiempo atrás ya había asumido el papel de desertor. A medida que avanzaba en mis estudios, había ido notando cómo muchos científicos perdían energía en fiscalizar, criticar y desprestigiar a sus colegas. Quiso el destino que mi formación se viera interrumpida en varias ocasiones por otra de mis vocaciones más férreas: la de viajar. Ésta condujo a que lo que desde mi niñez había sido un hobby, la fotografía, comenzara a perfilarse como una ocupación alternativa al corral que me esperaba como biólogo. De modo que cuando me tocó escoger mi tesis de grado, quise despedirme con una investigación que me diera lo que esa carrera había representado para mi. Trabajé con las comunidades de colibríes de dos localidades del Parque Nacional Guatopo. Pasé seis meses internándome en sus selvas, relacionándome con sus aves, registrando las interacciones entre las especies de colibríes y las flores que la naturaleza les provee. Fui durante un tiempo parte de la fauna de Guatopo. Y me despedí de mi carrera.

En los años posteriores comencé a desarrollar mi vocación como fotógrafo viajero y participé en algunas exposiciones colectivas hasta que, en 1995, tuve mi primera muestra individual, Bazares, enfocada en los mercados de Paquistán, Irán, Siria, Yemen, Marruecos, Tunisia, India y Nepal. Para mi enorme sorpresa, en esa exposición tuve un nuevo encuentro con el fantasma del que había creído huir al desertar de la biología: una crítica a la que le incomodaba todo lo que había hecho: desde el tema hasta la estética; desde la técnica –el color- hasta mi posición ante los sujetos y objetos retratados. Si en la ciencia –la religión más estricta que he conocido- las normas y restricciones forman parte del juego, esperaba que en el mundo del arte bastara que cada quien hiciera aquello para lo cual estaba destinado. Pero la libertad es carísima en cualquiera de los ámbitos en los que se desarrolle una persona y la mezquindad no es monopolio de la ciencia.

Me tocó entonces desarrollar un trabajo en solitario, esta segunda vez no iba a desertar. Mi curiosidad científica y antropológica generaban los temas que emprendía en silencio y de vez en cuando encontraba algún contexto en el que podía mostrar mi trabajo junto a otros artistas a pesar de ir siempre en contra de la corriente. Fue entonces cuando tuve la ocasión de participar en el III Salón Pirelli de Jóvenes Artistas, en el que Luís Ángel Duque era curador. Ese fue un encuentro de gran trascendencia para mi y jugó un papel iniciático.

Luís Ángel era un explorador. No solo le interesaba el trabajo de campo, la naturaleza, las culturas indígenas. Era también un explorador del conocimiento con el que podía hablar temas que iban desde la mitología griega hasta la física cuántica; desde los ritos mortuorios de los Yanomami –con los que tuvo una intensa y muy fructífera relación- hasta los descubrimientos más recientes en las insondables profundidades marinas. Porque su curiosidad era también insondable.

Mi relación con Luís Ángel se volvió cotidiana. A él acudía con ideas y proyectos y de su lado siempre me iba más inquieto y estimulado. Muchas veces el tema que le iba a consultar quedaba relegado para otra ocasión, porque él estaba en esos momentos leyendo algo fascinante de lo cual me infectaba y esto secuestraba toda nuestra conversación. Todos los proyectos que pasaban por mi mente encontraban un estímulo en él. Siempre llegaba con una semilla que germinaba en su oficina.

Antonio Briceño. Xiyuha (Cheme Gil). Dueño de los peces. Cultura Wiwa. Colombia, 2003. Serie Dioses de América. Panteón Natural.

A fines de los 90 me inquietaba que en nuestra sociedad supiéramos tanto de mitología griega, egipcia y de otras tantas culturas desaparecidas hace milenios, pero desconociéramos por completo la de los pueblos que aún hoy nos acompañan y forman parte de nuestra herencia continental. En el año 2000 comencé entonces Dioses de América. Panteón natural, para indagar sobre los seres superiores y criaturas mitológicas de culturas indígenas no cristianizadas de nuestro continente y proponer una iconografía basada en sus mitos de origen. Con el tiempo y el apoyo de Luís Ángel, éste se convirtió en un proyecto de vida.

Luís Ángel siempre tenía algún mito, anécdota, descubrimiento deslumbrante. Para él no era un delito que yo me dedicara a esas fuentes, en contra de las estrictas –más que las científicas- normas que censuran cualquier intento de enfocarse en alguna cultura que no sea la occidental; delirios de ombligo del mundo. Hay cientos, miles de culturas en el planeta, mas lo que no sea McDonalds y su estética lleva de inmediato la etiqueta de “exótico”. Luis Ángel no compartía la norma de mostrar a los indígenas como inferiores. Poca gente se atrevería hoy a decir que las culturas indígenas deben desaparecer con todo su conocimiento ancestral. Pero si en un trabajo fotográfico no se les trata como víctimas (alcohólicos, prostitutas, mendigos), y se les representa con dignidad, llega la lluvia de etiquetas “El buen salvaje”, “exotismo”, “folclorismo” y un largo etcétera que sustenta el genocidio en una de sus acepciones actuales: la retórica.

Durante los años 2000-2007, con becas y la asesoría de Luís Ángel pude trabajar  en once grupos originarios de seis países. Él fue el curador de la primera muestra, Señores naturales, en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Ímber. Más adelante tuve el honor de representar a Venezuela en la 52 Bienal de Venecia con Dioses de América y nuevamente conté con el privilegio de Luis Ángel como curador y compañero. Probablemente esa haya sido la única vez en la historia de la bienal en la que los pueblos indígenas han sido mostrados en toda su dignidad. Como dijo Luís Ángel, no sólo representé a mi país, sino a once pueblos de América. Guardo cinco cuadernos con más de siete mil comentarios que dejaron los visitantes a lo largo de seis meses, testimonio de una misión cumplida.

52 Bienal de Venecia

El tiempo y las circunstancias hicieron que me fuera de Venezuela y mi contacto con Luis Ángel, enemigo acérrimo de las redes sociales e internet, se redujo a las llamadas que le hice en sus cumpleaños. Lamentablemente no lo vi más. Y el año pasado, cuando me llegó la noticia de su prematura partida, sufrí un durísimo golpe al alma. Porque a estas alturas no sé si él llegó a tener consciencia de la contundente importancia que tuvo su presencia en una carrera como la mía, siempre al margen de la moda. Creo que nunca se lo dije, me queda esa duda y ya no sé cómo agradecerle.

Nadie sabe qué nos espera luego de la muerte y sólo el tiempo dirá –el tiempo es el único enigma (J. L. Borges)- si nuestras almas siguen existiendo como entidades autónomas o si nuestra existencia tras la muerte consiste en la multiplicidad de fragmentos afectivos que quedan desperdigados entre los seres que nos amaron y nos recuerdan. Dicen los wayuu que uno muere varias veces. Primero, cuando el cuerpo muere. Luego, cuando nuestros huesos se desintegran. Y, por último, cuando morimos en el recuerdo de las personas que nos amaron. Es entonces cuando pasamos a ser alguna estrella, algún fenómeno celeste. Por eso falta aún muchísimo para que Luis Ángel Duque pase al Cosmos.

Como la vida es un misterio sin fin, hoy me llega esta oportunidad providencial para decirle a mi querido amigo –sea un alma individual, sea una constelación de fragmentos de amor entre todos los que lo recordamos o sea un misterio aún por descifrar- ¡gracias, don Luis Ángel!*. Qué privilegio incalculable el haber coincidido con Usted en este fugaz instante que es nuestra vida.

Febrero de 2020


*Luis Ángel me saludaba siempre diciendo enérgicamente ¡Don Antonio!

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