Los otros yo de Diana López

Inger Pedreáñez

Ante la mirada escrutadora de su familia, que temía que la artista quedara desnuda en una Sala Mendoza repleta de público, Diana López cortaba con tijeras el vestido que llevaba puesto, mientras desarrollaba un monólogo con visos autobiográficos. Imbuida en su performance, rodeada de 200 vestidos hechos en un frágil papel de seda rosado, con un patrón cuyas medidas no estaban ajustadas a su talla, la artista se aseguraba de representar a aquellas mujeres que se atreven a confrontar las convenciones sociales y los estereotipos.

Diana López por Inger Pedreáñez.

Era 23 de diciembre de 1990, considerando la fecha decembrina, se auguraba poca afluencia de visitantes. No fue así. Diana López buscó la concentración en medio de una multitud, donde además estaban presentes artistas, críticos de arte y periodistas como Teresa Alvarenga y Edgar Moreno-Uribe. “Me vistieron de blanco, me vistieron con zapatitos blancos, me pusieron un lazo blanco, luego me hicieron un vestido rosa, me pusieron un lazo rosado, después un vestido rojo, tacones rojos…”. Palabras más, palabras menos, el monólogo transcurría mientras ella humedecía las flores de un ramillete elaborado en papel crepé, y las lanzaba sobre la tela que le servía de alfombra para su performance. Las salpicaduras de colores dejaban el rastro de aquellas frases soltadas al viento, junto con los trozos de su ropa ajada.

“Recitaba frases que tenían que ver con todos esos símbolos de la feminidad. El color que le imponen a las niñas desde su nacimiento. Un patrón que, física y simbólicamente, tiende a enmarcar la personalidad dentro de esquemas preestablecidos. Había la necesidad de construirse una nueva vestimenta, esta vez a partir del contacto, siempre multiforme, con los otros”.

Escenario de El Vestido que me hicieron no me sirvió en la Sala Mendoza 1990, registros de Carlos Germán Rojas.

Hoy día, Diana considera significativo que Ariel Jiménez, quien se iniciaba como curador y director de la Sala Mendoza en ese entonces, la invitara a ser la primera artista de performances expuesta en ese espacio. Era un referente para ella, pues recordaba los talleres artísticos realizados en su niñez, entre ellos, uno que dictó la artista Mercedes Pardo. Además, estaba acostumbrada a pasar por allí, como destino seguro durante las visitas dominicales a los museos.

“Yo recuerdo que de niña caminaba por los penetrables de Jesús Soto que estaban en la Galería de Arte Nacional, y era feliz cuando estaba dentro de uno, creo que de color azul”.

Aunque Jiménez le propuso volver a presentar el performance, considerado como su primera muestra individual en Venezuela, Diana no lo hizo por ser consecuente con el principio de conexión entre arte y vida. Estudiaba entonces a Marina Abramovic, a Yoko Ono, Antonieta Sosa, Yeni y Nan, y María Teresa Hincapié, figuras emblemáticas de esta tendencia artística y seguía sus preceptos: el performance ocurre una sola vez.

“Para mí fue una guía importante el libro Performance Anthology, una investigación sobre diez años de performances en California. Allí hay un texto de Allan Kaprow, uno de los precursores del happening, quien explica la distancia que hay entre esta manifestación artística y el teatro. Un actor practica y repite un rol, que presenta en muchas oportunidades, en cambio el performance es una acción única de un artista, a veces autobiográfica y con temas que en algunos casos se compenetra con el público presente, por eso es irrepetible”.

El vestido que me hicieron no me sirvió (1990) habla sobre los patrones, la identidad, y es una de las obras de Diana López que se diferencia del trabajo artístico en colaboración que suele desarrollar.  Diana López imagina, planifica, diseña y suele contar con la intervención de alguien más para culminar la ejecución. Desde que era una muchacha en sus veinte, en su quehacer artístico también había parte de lo que se necesita para la gestión cultural. 

“Siempre estoy interesada en el otro, pero también estoy interesada en cómo yo me relaciono con el otro y esa relación es lo que queda plasmado en mis proyectos”.

Diana López en 1997, retratada por Carlos Germán Rojas. Extracto de una carta dirigida a Ariel Jiménez previa a la presentación de su performance.

En el performance, en la fotografía, en las instalaciones y en el diseño de sus tapices, Diana López conjura voluntades, convence, orienta, dirige para lograr transmitir sus inquietudes sobre la sociedad, su tiempo y su entorno.

El tema de los estereotipos femeninos lo siguió explorando cuando presenta, durante sus estudios en San Francisco dos performances, Color Studies (1991), realizado en un espacio público, y Quiero que me quieras (1992). Dice la artista sobre Color Studies:

“La verdad es que ahora yo veo ese performance y me da miedo. Recuerdo que estaba en unas escaleras y era una situación incómoda. No pensé nunca que me pudieran agredir, pero sí era incómodo por el sonido de los cuchillos y sus filos. También tenía que ver con la feminidad, la fertilidad…”.

Diana López. Color Studies, 1991.

En Quiero que Me Quieras su profesor y tutor Tony Labat la lleva en una carretilla al escenario de New Langton Arts.

Tejer por encargo

Cuando Diana López interpreta la realidad, el detonante para imaginar una nueva obra puede estar en la voz de un locutor de radio, en las páginas de las crónicas rojas, en la sensación de aturdimiento de la calle o en un encuentro social. Una de sus piezas más emblemáticas que le abrió caminos fue Muchacha (1994), un textil que reproduce la fotografía de una joven embarazada que fue asesinada. La violencia irrumpe en el objeto decorativo, en algo cotidiano y hogareño como una alfombra, en una superficie cuya textura remite a calidez, cobijo o confort, y sin embargo, la figura es una latencia de la amenaza que puede sorprender a cualquiera y en cualquier lugar. Toda una paradoja. La obra fue realizada por encargo a la artesana alemana Ingelore Karsten, en Venezuela.

“La busqué por las páginas amarillas, que era como nuestro Google de antes. Ella tejía muchas flores y pájaros. Le expliqué que el proyecto era muy fuerte, porque debía tejer una mujer que había sido asesinada y ella no entendía. Al principio su reacción fue negarse, pero cuando le dije que mi intención era denunciar no solamente los feminicidios, sino la situación de violencia, que yo sentía que estaba creciendo de forma exponencial en Caracas, ella aceptó”.

Diana López. Muchacha, 1994. (Fotos por Ricardo Armas e Inger Pedreáñez). Pulsar para ver las fotos de mayor tamaño.

Con esa alfombra, Diana López se convierte en la primera mujer artista en ganar el Premio Eugenio Mendoza (1994, en su séptima edición). La misma obra fue elegida por los curadores Ariel Jiménez y Luis Pérez Oramas para crear un diálogo con Claudio Perna en la exposición colectiva “La invención de la continuidad” (1997), en la Galería de Arte Nacional, y no fue esta la única vez que compartieron sala ambos artistas. Actualmente, la obra se encuentra exhibida en la exposición que inauguró en 2022 la Galería Cerquone, “Sustrato Hilaza. Raíces, quiebres y travesías del arte textil”.

Un año después, quiso confrontar tabúes con otra alfombra que llamó Un Desnudo (1995), que toma como referencia El Esclavo Moribundo de Miguel Ángel, para mostrar el cuerpo de un hombre desnudo, en un gesto poco usual. La obra fue adquirida por el Museo Alejandro Otero y estuvo presente en la exposición inaugurada en 2022, “Dos colecciones una historia”, en la Sala 3 del MAO.

Diana López. Un Desnudo, 1995.

Utiliza el mismo dibujo que sirvió como patrón para Muchacha, para confeccionar con nueva técnica, en el Taller Arena de México, el tapiz Desaparecida (2000), obra que fue adquirida por la Colección Mercantil, y que ha sido exhibida en la muestra Jump Cuts del Americas Society en NY (2003), en Cifo Miami (2007) y en Pinta Miami (2017). Y en manos de una colección privada, sin haber sido exhibida aún, existe otra alfombra titulada Romeo y Julieta (1996).

“También hice unos estudios con el mismo tema en cerámica, pero nunca se mostraron en Venezuela, sólo en Los Ángeles”.

Diana López. Romeo y Julieta, 1996. Foto Lisbeth Salas.

Modelo de la inocencia

Cuando obtiene en 1995 la beca de la Fundación Calara para irse a una residencia de artistas en el PS1 International Studio Program, afiliado al Museo de Arte Moderno (MoMa) de Nueva York, ya estaba trabajando en su proyecto fotográfico con niños. El primero de la serie El ojo de Franklyn (1995) se presenta por primera vez en una individual en la Sala Mendoza, que llevó por nombre “Esto no es un martillo” (1996), como el propio niño quiso titular un atrevido autorretrato.

Al llegar a Nueva York, continúa explorando con las miradas de otros tres niños: Wen You, Gala y Lucy. Este proyecto no ha perdido vigencia desde que se expuso por primera vez en la Sala Mendoza. En el PS1 en NY expone la serie “Fotógrafo y modelo” (1996) con las fotos de Lucy Poe que registran el juego entre la niña y la artista. “Donde las fronteras entre autor y modelo se confunden”, explica Diana. Luego la misma obra se presentó en formato de valla o mural en la Bienal Artes Visuales Dior (1999). El curador Luis Angel Duque escribió en el catálogo: “Diana López ha dado paso a ser sujeto de la obra artística. De esta manera apelando a la mirada ingenua de una fotógrafa niña, la artista se vuelve modelo, estatua y motivo central de la desmitificación de la obra de arte”.

El año pasado, con una selección de fotografías de los cuatro niños se realizó una individual en La Hacienda La Trinidad, en la Galería Carmen Araujo, como parte de la divulgación de la publicación titulada El ojo de… (1995-2021), que se encuentra actualmente entre los libros exhibidos en Espacio Monitor.

Collages basados en las fotografías de Franklyn y Wen-You.

“Pasé tres meses trabajando con cada niño. La propuesta que les hice era explorar lo bello, lo feo, lo grande y lo pequeño. Cuando conversaba con ellos quería que no imitaran, sino que realmente trataran de explorar, les amplié las posibilidades. Eso se logró”.

Diana López les entregó cámaras fotográficas de calidad, no eran desechables, al igual que los rollos de película a blanco y negro eran de buena marca, Ilford XP2. Era la manera de resaltar la importancia del proyecto en el que estaban inmersos y generar compromiso. Llevaban un diario, donde colocaban las fotos sus impresiones y pensaban en posibles títulos para las obras, todos creados por ellos mismos. Ahora esos niños tienen alrededor de 30 años y todavía recuerdan la experiencia.

Collages basados en las fotografías de Gala y Lucy.

“Gala Demont es hoy una mujer que trabaja en mercadeo, muy interesada en las artes, y estuvo presente en la exposición que hicimos en Carmen Araujo, en La Hacienda La Trinidad. Ella todavía guarda la cámara que yo le di. Lucy Poe me acompañó a la presentación del libro en Nueva York y su testimonio fue muy valioso. Ella es hija de una artista fotógrafa, que ya falleció, del grupo de Cindy Sherman, se llamaba Sara Charlesworth. Dijo que a sus siete años veía muy lejano el mundo del arte, pero que yo le abrí esa puerta; guarda su diario y hoy día también es artista. Franklin Osorio está en Colombia y hemos perdido un poco el contacto. Wen-You Cai, que también es hija de un artista, Cai Guo-Qiang, está viviendo en China, intercambiamos ideas por Instagram”.

Todas y ninguna

Visionaria en el uso de las nuevas tecnologías aplicadas al arte, el primero de diciembre del año pasado, hizo su debut virtual 101 Diana López (2022), una serie de retratos y autorretratos NFT (Non -Fungible Token, un token no fungible) que pone en evidencia el afán del individuo de reconstruirse en las redes sociales. Esta vez, su asistente fue la inteligencia artificial y los cientos de mujeres que coinciden con ella por  nombre y apellido, personajes descubiertos a través de las plataformas de internet: Google, Facebook, Linkedin, entre otros buscadores.

“Sigo trabajando en la identidad”.

El mundo cibernético se convierte en un tamiz donde se difumina toda personalidad, se diluye el individuo. Cual efigies de una moneda virtual aparecen las expresiones combinadas de esos rostros que navegan en una “matrix” personal de la artista. Estas obras serán exhibidas en octubre de 2023, en su primera individual en la Galería Henrique Faría en Nueva York, con un texto curatorial de María Elena Ramos.

“Entre esos rostros, hay una ganadora de medallas olímpicas, de taekwondo; hay una que vive en México; no sé por qué, pero en Colombia hay muchas Diana López. Hay prepagos, modelos, actrices, escritoras, abogadas… Es un mundo interesante, porque la mayoría son como entre 30 y 60 años. Entonces, físicamente hay un poco de ellas y un poco de mí… Estoy curiosa de saber si alguna me contacta”.

Tempranamente, en una entrevista a dúo con la artista Luisa Ritcher que le hiciera para El Universal la periodista Yasmín Monsalve, ya se dejaba entrever el interés de Diana López en las nuevas tendencias artísticas basadas en la tecnología. Curiosidad que también exploró durante su maestría en Bellas Artes, en el San Francisco Art Institute (1994), donde se especializó en Nuevos Géneros, con énfasis en el video y el performance.

“He visto obras fantásticas en internet y yo era de las que pensaba que eso era imposible. Creo que cuando se pasa mucho tiempo dentro de internet, un espacio tan extraño, inmaterial, se siente la necesidad de lo material. Por eso hay un regreso hacia el objeto”.

Entrevista con Luisa Richter por Yasmín Monsalve en El Universal,1999.

Retratos de Diana López con Luisa Ritcher, de Venancio Alcázares (1999)

Desde aquellas primeras exploraciones entre arte y tecnología hasta hoy, es notoria la evolución de la artista, acorde con los tiempos.

“Las artes electrónicas han estado presentes en mi trabajo desde el inicio. El videoarte, la fotografía, es una expresión intensamente electrónica. El mundo virtual se ha ampliado enormemente. Es un mundo muy desconocido, sea que lo usamos cotidianamente, pero no entendemos muchas cosas de ese lenguaje. Cómo estamos reflejados en ese mundo, cómo nos reflejamos nosotros, cómo nos reflejan otros…También tiene que ver con máscaras, porque en la virtualidad nos presentamos ante los demás de una manera muy distinta al mundo presencial”.

Arte en movimiento

El videoarte ha sido parte esencial del trabajo de López, no sólo en la construcción de un discurso propio sino también como soporte que guarda la memoria de algunos de sus performances. Lo hace en Escenas (1991), video sustentado en un discurso surrealista, realizado entre México y San Francisco, donde nuevamente la mujer de toda época debe luchar contra los estereotipos, como quien libra una batalla independentista y deambula en las calles tratando de construir su propia gesta heroica, heredada durante siglos, entre laberintos que se repiten en el tiempo, una y otra vez.

Para el I Salón Pirelli, presenta Quescultura (1993) un video que documenta una sesión de peluquería, un peinado que representa el concepto de belleza y vanidad. Esta obra fue incluida en la colectiva Hacia una Historia de la Mirada. El retrato en la colección del Archivo de la Fotografía Urbana (2020), en la Sala Mendoza

En el año 1995, cuando se asoció con la arquitecta Carolina Tinoco para fundar la galería Espacio Local (su primera incursión como gestora cultural), para promover artistas emergentes, se le ocurrió un nuevo proyecto. Invitó al público a la inauguración de una exposición, sólo que al llegar, las paredes estaban vacías, ni una pintura, ni una escultura…, nada. Sin embargo, los mesoneros repartían el whisky y los pasapalos, mientras los invitados permanecían en el espacio, conversando y brindando.

“La gente, al principio, estaba buscando el arte y no lo conseguía. Hasta que se ponen a socializar y se les olvida un poco la exposición. Yo tenía un buen camarógrafo, para hacer el video. No sabían que la obra se trataba de ellos mismos, protagonistas del encuentro social que siempre acompaña al arte. Era una sátira de cómo nos relacionamos, y cómo nos relacionan, en el mundo cultural”.

Cocktail (1995) resultó un experimento social. En 2003 realizó una acción similar en el Museo de Bellas Artes, en el marco de una exposición colectiva “Naturaleza Muerta”. El video llevó por nombre Guarapita, que fue la bebida ofrecida al público. Pero esta vez no pudo entrar a la sala, sino que filmó en los espacios externos. Al final lo que quedó como epílogo fueron las botellas vacías.

En Gritos y Susurros (1997) la artista explora con el readymade. El locutor Pedro Penzini Fleury narra frases de la columna de crónicas sociales de los años noventa publicadas en El Nacional, para dejar constancia de una noche en la sociedad caraqueña. En su primera presentación, realizada en el Museo Alejandro Otero, en la exposición curada por Miguel Miguel García, “Re-Readymade”, la sala estaba pintada color verde menta (en alusión a la descripción que narra el locutor).  Actualmente, la instalación fue adaptada a los nuevos tiempos y se aprecia en una tablet con audífonos en “Serendipia Post Ready Made” (2021-2022), en Espacio Monitor.

Audio de Gritos y susurros narrado por Pedro Penzini Fleury. Diana López.
 Diana López. Gritos y susurros, foto cortesía de la artista.

La huella asistida

Si en la década de 1960 Niki de Saint Phalle utilizaba rifles para ejecutar sus obras, treinta años después de la artista estadounidense, Diana López se valía de cualquier vehículo con ruedas para combinar performance con pinturas. Utilizando encerados de camión (las lonas que cubren la mercancía), guayas y pinturas, conduciendo su propio carro Fiat Uno, realizó la obra Serial Killa (1994), que actualmente es parte de la colección Fundación Museos Nacionales. Las huellas de los cauchos bañados en pintura se atravesaban sobre una imagen de comic apropiada por la artista en silkscreen. La obra fue expuesta ese año en Índice, bajo la curaduría de Luis Romero y Eliseo Sierra.

Diana López. Serial Killa, fotos de Carlos Germán Rojas

Pintura en acción en la exposición Contraseña 2014, fotos Ricar2.

Recientemente, el artista yanomami Sheroanawe Hakiihiwe la visitó y vió uno de esos cuadros, y le preguntó si ella quiso representar una anaconda. Las huellas de esas pinturas pueden parecer la piel de un ofidio, o bien es la señal de una violenta deriva.

Los happenings que realizó en Periférico Caracas (lo que hoy se conoce como Los Galpones) fueron preservados en videos. En realidad, al final son obras de arte en tres momentos: el performance, el videoarte y la pintura. En la primera, Tránsito (2007), la artista contó con la colaboración de personas con condiciones de movilidad reducida.

“Hay un grupo de danza que se llama Tránsito, que hacen coreografías en sillas de ruedas. Cuando los vi por primera vez, quedé conmovida y me acerqué a ellos. Les propuse hacer la obra. Son solamente dos personas vestidas de blanco, que hacen una coreografía muy suave, sobre una tela color verde oliva, las pinturas son colores complementarios, amarillo y morado. Pero hay una particularidad en esa obra. Cuando entraba el público, les entregaba un papel y les pedía que anotaran sus miedos. Yo me siento en una esquina y mientras ocurre la danza, voy leyendo esas hojas. ¿A qué le tienes miedo?… Son los miedos en nuestra Caracas del 2007”.

Tránsito, 2007.

Después realizó Pintura de acción en dos tiempos (2009), que además de tres artistas en sus sillas de ruedas, incluía dos motorizados. El investigador y curador de arte, Félix Suazo, reseñó en un artículo sobre performances, que “al concluir la experiencia –unos 45 minutos después de iniciarse- el público aplaudió con mucho entusiasmo”, algo que le sorprendió, porque no es usual que se aplauda durante un performance.

Pintura de acción en dos tiempos, fotografía de Lisbeth Salas.

Solidaridad creativa

La instalación Lubyanka o dibujando con el lado derecho del cerebro (2018) fue el resultado de una propuesta de Diana López para aligerar el peso del encierro a los presos políticos, a partir de la detención de su hermano.

“Me tocó visitar cárceles durante un tiempo y como lo que tengo es la herramienta del arte para entender la vida, empecé a llevar materiales de arte para mi hermano y Daniel Ceballos que estaban en Ramo Verde. Yo les decía que el arte los iba a acompañar. Cuando una persona está presa lo más duro de enfrentar es el tiempo, se te hace casi infinito y el arte te permite entrar en otros mundos, igual que puede ser la lectura o la música”.

Los retratos que hizo Daniel Ceballos de sus compañeros en El Helicoide impresionaron a la artista. Luego otros presos políticos se sumaron al proyecto entregándole sus propios dibujos. De allí salió una publicación, y también la exposición que se realizó en Henrique Faría Gallery en Nueva York, con la curaduría de Lorena González Inneco.

Diana López es como un motor que enciende la energía de otros para crear. Con esa misma chispa, cuando entra a trabajar en la Fundación Cultural Chacao, tenía el propósito de hacer talleres de arte con niños y adolescentes, pero poco a poco fue involucrándose más con los programas de la institución.

“Fue Luis Ángel Duque quien nos pregunta por ese espacio que se llamaba Jardín de las Artes (El Rosal). Un día me voy con Alejandro Blanco Uribe a ver todas esas instalaciones que estaban abandonadas. Presentamos un proyecto a la Cámara Municipal para rescatar el espacio, y finalmente, se inaugura el Centro Cultural Chacao en el 2004”.

Entre 2006 y 2013, López asume la dirección de cultura del Municipio Chacao de Caracas. En ese período se desarrollan proyectos que vinculan al ciudadano con la ciudad, como el Festival Por el medio de la calle (2006 -2013), Paseo Gastronómico de Los Palos Grandes (donde los comerciantes se vinculaban a actividades musicales, danza, literatura…), el Festival de la Lectura, la construcción la Biblioteca de Los Palos Grandes (2009) y el Teatro de Chacao (2011).

“Efectivamente se necesitaban espacios.  El concepto buscaba darle accesibilidad a los jóvenes. En aquél momento, ellos no se sentían como atraídos a la cultura. Entonces el tipo de diseño y colores que se usó y el tipo de programación fue para atraerlos y eso fue un gran éxito”.

En el 2014 la Asociación Internacional de Críticos de Arte, AICA, le otorga el reconocimiento como Personalidad del Año. En su balance como gestora cultural – es la presidenta de Archivo Fotografía Urbana, un espacio que preserva la memoria visual, investiga y difunde la fotografía venezolana, que además cuenta con Vasco Szinetar como director-, siempre ha valorado el trabajo en equipo. Lo comenta sobre sus actuales compañeros de trabajo y lo refuerza al recordar sus experiencias pasadas:

Para mí significó tener la oportunidad de trabajar con un grupo de profesionales extraordinarios, de gerentes culturales, promotores creativos. Entre todos, junto con los vecinos, con los comerciantes, con las autoridades locales, logramos establecer una manera de convivir con el arte. Que el arte fuera parte de la vida en el municipio y en la ciudad. Ese es, para mí, el mayor logro y pienso que esas bases siguen allí”.

En el Archivo Fotografía Urbana ha colaborado con proyectos como la exposición “El peso de la forma. El diseño gráfico de Carlos Cruz-Diez, un homenaje que se presentó inicialmente en el Museo Reina Sofía de España y actualmente en la Sala Mendoza, bajo la curaduría de Ariel Jiménez. Además AFU es coeditor de la colección Biblioteca de Fotógrafos Latinoamericanos, junto con La Fábrica y PhotoBolsillo, entre otras instituciones. Y más recientemente, en septiembre de 2022, estrenó una nueva colección, En Foco, en conjunto con abediciones (la unidad editorial de la Universidad Católica Andrés Bello, que dirige Marcelino Bisbal) basada en entrevistas a fotógrafos, con el libro Un secreto sobre un secreto, dedicado a María Teresa Boulton y escrito por Johanna Pérez Daza. Asimismo, por octavo año consecutivo promueve la historia a través de la mirada de fotógrafos venezolanos en sus calendarios, en coedición con Senderos, este año dedicado a Luces y sombras: Fotógrafos Icónicos en Venezuela”.

Con Alí González y Alejandro Gerdel en el Museo Alejandro Otero, y con Alexander Apóstol y Fran Beaufrand, fotos de Vasco Szinetar.

Retrato por Carlos Germán Rojas (2006).

“Ser artista y ser gestora cultural van unidos, sobre todo por el tipo de obra que hago, que tiene que ver con la participación del otro. Siempre me interesa la interacción con el otro, sea para para crear un espacio de encuentro, o sea para crear una obra”.

DIana López

Inger Pedreáñez es periodista (UCV), fotógrafa, poeta. Profesora de periodismo en la Universidad Católica Andrés Bello. IG: @ingervpr.

Más sobre Diana López

Jesús Fuenmayor en la revista Estilo sobre El ojo de Franklin (páginas 88-89)

Lorenzo Dávalos sobre “Pintura de Acción en 2 tiempos”

César Miguel Rondón comenta el libro Claves Urbanas de Diana López (2014), obra que habla de la convivencia y el esparcimiento necesario en plazas y jardínes, en busca de una sociedad sustentable a través de la cultura.

Tránsito (2007)  

Pintura de acción en dos tiempos (2009).  

Studio Diana López (página web de la artista)

Diana López: el ojo de Revista Artichock

El ojo de Diana El Papel Literario de El Nacional.

Perfil en el PS1

Un comentario

  • Maravilloso reportaje acerca de una artista y mujer maravillosa! Conmovedor retrato. Felicitaciones Diana, no te detengas!!!

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