por Gabriela Benaim
Soy hija de dos artistas visuales: Ricardo Benaim y Consuelo Ginnari, y por eso, toda mi infancia transcurrió entre museos, galerías y talleres de artista. Mi papá estudió en el Instituto de Diseño de la Fundación Neumann de Caracas, en 1970. Por eso es que conozco a tantos artistas, porque eran todos amigos de mi papá.
Mis padres se separaron cuando yo era pequeña, y desde entonces mi papá, a quien admiro muchísimo, comenzó a viajar por el mundo. Su primer taller lo montó en Nueva York, en Broadway, en 1979. Mi hermano Daniel y yo solíamos ir a visitarlo en las vacaciones de julio o diciembre. Junto a él conocimos el Radio City, el World Trade Center, el MoMA, el Metropolitan, el Guggenheim y muchos otros sitios interesantes. Nos llevaba a patinar, a esquiar. Toda nuestra infancia estuvo llena de diversión. No hubo un momento en que mi papá no nos alegrara la vida. Era el papá soñado, porque salíamos y hacíamos los inventos más geniales y creativos, tanto culinarios como de arte. El taller que tenía en Nueva York era increíble, tenía una parte que era apartamento y el resto era un taller gigante donde siempre había curiosidades para nosotros. Ese taller era mágico para mi hermano Daniel y para mí, completamente mágico. Mi papá coleccionaba de todo. Ha sido un eterno coleccionista. Como le interesaba la composición de elementos, hacía collages con eso que coleccionaba.





Primera foto de Patrizia Grassi y el resto de Carlos Germán Rojas.
Él siempre ha sido súper ordenado. Todos sus talleres han sido ejemplo de orden, estética, belleza y armonía. Aunque han mutado constantemente, según han cambiado el tiempo y sus intereses, el orden siempre ha sido algo primordial para él. Hubo una época en la que trabajaba más el hierro, en otra el vidrio. Pero el papel ha sido su gran pasión. De hecho, su taller en Caracas se llama Quinta Papeles.
Después de vivir en Nueva York, vivió un tiempo en Francia, entre 1984 y 1989, y uno de esos años lo pasó en Italia. Daniel y yo también fuimos a visitarlo en esa época. Él nos mandaba los pasajes, nosotros nos embarcábamos solitos en el avión y él nos recibía allá, donde estuviera. Ya desde entonces le encantaba comprar papeles y otros materiales. Nosotros lo acompañábamos a los mercados de las pulgas. Comprar y comprar materiales era como su divertimento, su manera de jugar. También encargaba a sus amigos, cuando viajaban, materiales que no conseguía.




Ricardo Benaim en su taller en la Quinta Papeles
. Fotos Daniel Benaim
. La foto del estudio a solas es de Josselin Chalbaud.
A los 18 años me fui a vivir a París. Mi papá me iba a visitar y nos íbamos juntos al Marché de Clignancourt y de Vincennes, y recorríamos todos esos puestos llenos de cosas y curiosidades de todo el mundo, rarezas que databan de la época de la guerra. Él buscaba chapitas, medallas, moneditas y plumitas que después le servían para armar sus ensamblajes. Le interesaba la riqueza y la forma del material, pero el concepto era para él lo más importante.
Siempre sintió interés por varios temas que han sido clave en el desarrollo de sus procesos artísticos. Uno de los más relevantes es la ecología. A nosotros, desde pequeños, nos inculcaron lo que es la conciencia ecológica. Ese interés lo llevó a desarrollar proyectos cuya intención principal era motivar al público a darse cuenta de que estábamos destruyendo nuestro planeta y que era necesario hacer algo al respecto.
Regresa a Caracas en 1990. A los dos años expone, en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Ímber (MACCSI), Homenaje a la materia. Una visión de Gaia, como resultado de ese profundo interés por la ecología. También desarrolla, en colaboración con María Clara Fernández, el proyecto colectivo Un marco por la Tierra. En este caso, se trataba de una propuesta de integración latinoamericana de arte y ecología que dio lugar, ese mismo año, a dos exposiciones: una en el Museo de Arte Moderno de Bogotá (MAM) y otra en el mismo Museo de Arte Contemporáneo de Caracas Sofía Ímber (MACCSI); y que luego se extendió a Cuba, Puerto Rico, Argentina y Chile, y después a otras seis ciudades de Venezuela, entre 1994 y 1996.
A nosotros, sus hijos, nos gusta trabajar en colectivo, nos gusta trabajar en grupo, viajar en grupo, nos gusta compartir, y eso lo aprendimos de él, que ha dedicado gran parte de su vida a trabajar con colectivos de artistas. Sobre todo con artistas amigos, porque él no sólo valora la calidad de las obras que producen, sino también la calidad humana, y por eso armó grupos, por ejemplo, con los colombianos del grupo Sextante, con Hugo Zapata, Luis Fernando Peláez, Alberto Riaño, entre otros.
Cuando se abrían las convocatorias para la Feria Iberoamericana de Arte (FIA), entre los años 1993 y 2008, todos se quedaban en casa de mi papá, la quinta Papeles, y eso era un bochinche, pero sobre todo era una incubadora cultural. No hubo día en que yo visitara el taller y no se estuviera inventando algo allí. Crearon, por ejemplo, el Pasaporte Blanco (2005), una obra en la que se proponía un pasaporte especial para los artistas, que les permitiera moverse por todo el mundo sin las limitaciones propias de los trámites migratorios. Otro día los encontraba trabajando en obras utilitarias, hacían por ejemplo manteles individuales. A ese movimiento en el taller de Quinta Papeles se unieron Carlos Quintana, Carlos Zerpa y Carlos Castillo. También Elvis López, desde Aruba. Con Nelson Garrido, crearon el proyecto editorial OUROBOROS (1994), editado en Colombia. No hubo momento en que el proceso creativo se parara.
En 1995 creó el proyecto 25% o 25×25. Un proyecto editorial colectivo en el que participaron 150 artistas, entre ellos grandes maestros como Gego, Leufert, Cruz Diez, Pedro León Zapata, Luis Brito, Eugenio Espinoza, Víctor Hugo Irazábal, Santiago Pol, Carlos Contramaestre, Alexander Apóstol, entre otros. Los libros tenían un formato de 25×25 y cada uno reunía la obra de 25 artistas diferentes. Todas las obras incluidas fueron obras originales u obras intervenidas manualmente por cada artista. Eso fue bellísimo, lo recuerdo clarito. Mi papá nunca trabajó esos proyectos solo, siempre conseguía aliados que eran sus compinches, que se ocupaban de la parte editorial y que eran sus socios.









Otro ejemplo de esto es el Proyecto Mapa (1998), que desarrolló junto a su gran amigo Luis Ángel Parra. Entre los dos reunieron a más de doscientos artistas y gentes de la cultura con la intención de convocarlos a participar en una propuesta de integración colombo-venezolana. Se trataba de que cada quien interviniera libremente el mapa resultante de la fusión entre esos dos países, en el que la línea fronteriza desaparecía. Entre 1998 y 2001 lograron realizar siete exposiciones, dos encuentros, uno en el Orinoco y otro entre Táchira y el norte de Santander, además de la publicación de un libro de 180 páginas y un manifiesto escrito por Willian Ospina.
Paralelamente, en 1999, comenzó a desarrollar otro de sus proyectos utópicos, El banco del Cóndor. La utopía ha estado siempre presente en lo que hace. Con este proyecto él quería proponer una forma de lograr la unidad del continente americano, él sentía que todos teníamos que vernos como iguales y como hermanos. Con esa moneda unitaria él, de una manera simbólica, unía económica y culturalmente a los países de América del Sur. Diseñó tanto monedas como billetes que reprodujo en papel moneda, con símbolos tomados del imaginario americano y también universal, planetario. Esa era su manera de lograr su sueño y de compartirlo con sus amigos artistas, que lo admiraban enormemente.
Su taller en Quinta Papeles siempre estaba lleno de cajas y planeras. En una había sellos, estampillas, cartas antiguas. Y sobre todo había cajas de papeles que había adquirido en Francia y en Italia, papeles florentinos, en fin, todo tipo de papeles que eran dispuestos en estos mesones de trabajo en donde trabajaban diariamente artistas, pasantes y asistentes.
Cuando yo comencé a moverme en este mundo, él me asesoró muchísimo, me dio un galpón que estaba en lo que es hoy día el Centro de Arte Los Galpones, en Caracas, donde estuve un tiempo y disfruté compartir con otros artistas que estaban allí: Sigfredo Chacón, Roberto Mata, Héctor Fuenmayor, Paulo Castro.
Cuando ya yo tenía la galería y ya llevábamos unas 30 exposiciones, decidí hacerle una retrospectiva a mi papá. Escogí presentar Homenaje a la materia, una de sus obras que más me gustaba. Así que comenzamos a hacer esa investigación. Ricardo Báez, que era uno de los coordinadores de la Galería, se imbuyó en las obras de mi papá tratando de buscar las fortalezas de cada momento en sus propuestas colectivas e individuales. En eso consistía la exposición, en ofrecer una muestra antológica de 20 años de obras y procesos.
Lorena González era la curadora. Hicimos una puesta en escena en donde se exploraba esa parte sensible, humana y estética de la obra de mi papá. Sus investigaciones sobre los pigmentos y sobre la tierra están allí presentes. Fue una exposición que tuvo mucho éxito. Eso fue en 2014. Después se llevó al MACZUL en el 2015. Se hicieron charlas, conversatorios. Allá se presentó además el proyecto Maracaibo HORIZONTAL, como extensión de Caracas HORIZONTAL (2014 – 2016), proyecto que incluyó a más de 400 creadores multidisciplinarios y produjo 200 libros en acordeón sobre las bondades y maravillas que nos ofrecía nuestra amada ciudad.











Es cierto que la relación con mi papá ha sido compleja, pero al mismo tiempo muy gratificante y nutritiva, y ha sido una bendición constante ser su hija. Inclusive en los momentos en que tuvimos diferencias o después, me decía a mí misma: “No. No existe una persona que yo hubiese elegido, diferente a mi papá, para que fuese mi papá”. Con todo y que yo siento que él es un niño grande. Nosotros somos varios hermanos, y aun siendo más pequeños que él, tendemos a protegerlo.
Ahora está en España, viviendo por dos años en la afueras de Barcelona, y está desarrollando, junto con un grupo multidisciplinario de amigos, un nuevo proceso artístico-cultural que tiene como propósito fundamental reunir al menos un centenar de nombres de seres humanos, de tiempos pasados y presentes, que hayan dedicado su vida al bien común. Su deseo es llegar a crear y construir un espacio físico donde esos nombres queden inscritos en piedra, a fin de que puedan reunirse en él, simbólicamente, los aportes de todas las culturas del mundo. Homenaje a un legado inmaterial universal que no debe quedar en el olvido, sino que debe más bien convertirse en punto de partida para abrir ese lugar de reencuentro y reflexión común tan necesario en estos tiempos.








Fotos de Gabriela Benaim con Ricardo Benaim, Ricardo con sus dos hijos Daniel, con sus hijas Maia y Manuela, y
con Rosana Faría.
Por lo general, los trabajos de mi papá han sido muy ambiciosos. Como dije antes, buscar maneras de cumplir simbólicamente utopías, a través de la creación artística, ha sido siempre una de sus premisas fundamentales. A principios de este año se atravesó la pandemia, pero él no se ha detenido. Sigue inventando y creando nuevos caminos. Entre otras cosas, ha retomado la docencia y desde hace algunos meses está dando talleres online orientados principalmente a acompañar procesos creativos de creadores de distintas disciplinas. Ha convocado también encuentros virtuales con la intención de abrir espacios de reflexión e intercambio con otros artistas y creadores acerca de la función del arte y la creación en estos tiempos tan complejos que vivimos, y ha acompañado además varias iniciativas de proyectos expositivos, como el que organizó Daniel, mi hermano, en Barcelona: Venezuela sin VPN, en el que participaron más de 20 artistas, o el que está coordinando Leonardo Hernández, junto al equipo de Andartearte. Arte – Cultura – Patrimonio y que se llama ANTES-DURANTE-DESPUÉS, una convocatoria abierta para que artistas de todo el mundo y de cualquier disciplina participen con un tríptico en el que expresen lo que ha sido su proceso creativo en esos tres tiempos que marcan el antes de que llegara la pandemia, el durante y el después, que sigue siendo tan incierto. Este proyecto expositivo surgió justamente de uno de los primeros talleres que dio mi papá, Viaje a Oriente.
Y mientras tanto, seguimos compartiendo y trabajando juntos, como mi padre que siempre está allí y como el artista a quien represento, que para mí es un maestro, maestro de vida.

Gabriela Benaim es fundadora y directora de la Galería GBG ARTS. IG: @gbgarts
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