por Inger Pedreáñez
Pasaron apenas tres días de su llegada a la residencia de artista en Altos de Chavón (*) cuando María Virginia Pineda entró en la vorágine de la naturaleza dominicana. El huracán Fiona azotaría a una velocidad de 156 kilómetros por hora, y aunque según los pobladores se trataba de algo leve, categoría 1, para una venezolana acostumbrada a las montañas andinas y al valle caraqueño la experiencia de conocer la fuerza del viento en esas magnitudes era más que abrumadora.
Mientras los bosques crujían sintió que la naturaleza le gritaba, como si nunca antes la hubiera escuchado. Ella, precisamente, quien siempre ha tenido atención e inspiración hacia lo vegetal, tuvo que iniciar un diálogo diferente con su musa. No podía más que esperar el fin de la tormenta para emprender el camino creativo. Dice el poeta Igor Barreto: “hay que ver la naturaleza como otro. Dejarla de sentir como propiedad humana. Verla como una existencia que no es nuestra”.
Tengo la certeza de que por una razón similar, María Virginia Pineda se conecta con ella desde la palabra, el diseño y la huella. Porque somos nosotros los que le pertenecemos a la naturaleza; los súbditos de ese gran reino botánico.

“Estando sola allí, es cuando uno reflexiona: yo no soy nada. Soy diminuta en comparación con esta fuerza que se me está presentando aquí, como dice un amigo, uno le ve el colmillo al lobo”.
Pasado el huracán, lo primero que tuvo la artista al alcance de su mano fueron los despojos y la tierra húmeda. Con la acuciosidad con la que podría actuar un forense, comenzó a recolectar todas las hojas y semillas que pudo, y con el barro de los talleres ceramistas de la localidad realizó las impresiones de lo que hallaba a su paso. Los troncos derribados quedaron registrados como quien toma las huellas dactilares de un occiso. Luego, desde su mirada tipográfica los reinterpretó como sellos, de manera que quedó la pieza artesanal y todo lo que derivó posteriormente de la impresión.






Detalles del proceso. Primera foto de Jameli Martínez.
“Cuando allá llueve es como si la nube lo soltara todo, con aquella fuerza. Luego sale el sol y también lo hace con mucha fuerza. Todo es como muy extremo. Se iba la lluvia, pero quedaba el viento. Nunca es como un fuerte palo de agua venezolano. No. Eso es otra cosa, hay una presión en el aire y la lluvia que no va en descenso, sino que pasa en ráfagas que corren. Cuando todo terminó, las aceras estaban cubiertas de hojas y árboles caídos. Era un paisaje dramático”.
Grabó un breve video que da testimonio de esa experiencia. Debía ahorrar la batería de su celular, para no quedarse incomunicada. Ya en su residencia, correspondió hacer el prensado de las hojas. El verde y el dorado son predominantes en la obra reciente de Pineda, y no podía ser de otra manera. Ya desde su primer día, María Virginia Pineda estaba impactada por la saturación de los colores. “Todo es muy verde… Tan vivo”, describe.
La estética del léxico
Antes de ser artista, ya la joven merideña sentía un llamado de la tierra. De allí que su primera elección fue estudiar la carrera técnica de Minería. Dos años después de haberse graduado, Pineda comprendió que debía hacer un giro en su vida y formación. Sus expectativas cambiaron. En 2005 entró al Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas “Armando Reverón” (Iuesapar), que luego se convirtió en lo que hoy se conoce como Universidad Nacional Experimental de las Artes (Unearte). Sus primeras experiencias laborales abarcaron desde procesos curatoriales, restauración de obras, así como registro, investigación y documentación de las colecciones de artistas como Pedro Tagliafico/Giuliano Bartolozzi y Oscar Molinari.
María Virginia se encontraba más entre libros y textos críticos que entre lienzos. Mientras estaba trabajando como Asistente Técnico para el proyecto liderado por The Museum of Fine Arts of Houston y Mercantil Banco Universal, “Documents of 20th-Century Latin American and Latino Art”, comenzaron a despertarse las inquietudes de una obra personal, que poco a poco fue consolidando.



Buscó a través del arte conceptual la abstracción de las palabras. En el año 2010 realizó la instalación De la crítica a la plástica: la explosión del discurso en el XIII Salón Supercable Jóvenes con FIA, en donde recurrió a cartulinas verde fosforescente colocadas a la inversa para proyectar su color en la pared, mientras se mostraban fotocopias de textos críticos y periodísticos, sin el real propósito de que fueran leídos. Por esta instalación, presentada en los espacios del entonces Centro Cultural Corp Banca (hoy BOD), la artista fue reconocida con “Mención de Honor”. El conjunto de cuadros y el efecto de sombra invisibilizaba la palabra. Esta fue la primera vez que manifestó su reflexión sobre la importancia que se le otorga al juicio por encima de la obra de arte en sí.
“Mi filosofía era originar una nueva obra a partir del material escrito que proviene de la observación de las obras de arte, que motiva una nueva reflexión, una nueva interpretación”.
En el 2012, participa con una obra similar en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, en la I Bienal de Arte Emergente: El legado cinético. La obra Crítica cromática, llevó como soporte cartones fosforescentes de colores rosa, amarillos y naranjas, que se transformaban con la luz y el reflejo la composición. “Me propuse con estas obras que el espectador viajara a través del color”. En ese evento recibe el Premio Bidimensional Trimensional. Esta instalación le abre el camino, un año después, a su primera individual que llevó el mismo nombre, también en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. La pieza tiene una dimensión de diez metros de longitud y fondos fosforescentes en rosa o fucsia.

“Los comentarios sobre una obra pueden hacer que esta pase desapercibida, porque en realidad lo que circula es lo que se dice de ella, ¿no? Entonces esos eran puntos de reflexión dentro de lo que yo mismo pensaba sobre el ejercicio artístico”.
Así avanza en la indagación del peso que toma la crítica: Que tus palabras sean más doradas que tu silencio, presentada en la 66 Bienal Salón Arturo Michelena, Gabinete del Dibujo y de la Estampa (2012) y en una colectiva en El Anexo (2014) ; Fe de erratas, exhibida en el XVIII Salón Jóvenes con FIA, en el Centro de Arte Los Galpones (2015), que como su nombre lo indica, cambia las palabras originales por las que un editor sugiere que deberían ser.
“Yo entiendo que debe haber un cuerpo de investigación acerca de un artista, un movimiento, una obra, pero que ese estudio realmente sea un aporte para futuras generaciones o para generaciones contemporáneas. Yo revisé críticas de muchas épocas y podía estar a 100 años de una publicación, y lo que queda de la obra es eso que estoy leyendo”.


En 2015, Pineda fue seleccionada en la edición 12+1 del Premio Eugenio Mendoza. Para la instalación Festival de crítica ya no se valía del color sino de la crudeza del fondo negro que dejaba al desnudo comentarios destructivos hacia exposiciones o artistas venezolanos. Debajo de las obras había un lienzo en blanco. Se trataba de 20 testimonios tomados de las redes sociales y recortes de prensa, todos con juicios muy duros, y el lienzo simbolizaba que el espectador se queda con la crítica, con lo que alguien más dijo acerca de determinada obra, pero deja la creación artística a un lado y ni siquiera la ve.
“Creo que fue con esa pieza que comencé a entender que me estaba metiendo en un tema turbio. Ya no era el texto crítico, sino el ejercicio de criticar como persona. Yo estaba imbuida en ese mismo círculo. Y la verdad es que no se sentía bien. Estaba generando más crítica”.
Por otra parte, el público ya no reflexionaba en el discurso propuesto por Pineda, sino que se detenía a tratar de descubrir quienes eran los autores de esos juicios de valor. Se estaba perdiendo el sentido de la obra.

Mirar como una súbdita
Acostumbrada a renovarse, su nuevo giro artístico se orientó al paisaje y la vegetación. “Había una necesidad de acallar y volver a la contemplación”. María Virginia Pineda comenzó a sembrar su nuevo proyecto, literalmente. Utilizó sus materiales bibliográficos de catálogos y libros de arte para construir macetas que portaban suculentas (repollitos). “Quería vincularme a alguna actividad que le generara al espectador un momento de paz, de calma”.




Silencio y contemplación (2015) fue la propuesta que llevó Pineda a la colectiva IT15 Intervenciones en La Hacienda La Trinidad, curada por Félix Suazo. Esta obra es el eslabón entre su trabajo anterior y lo que significaría despues crear en honor a la naturaleza.
¿Cómo termina llamándose Notas cromáticas (2018) una serie de cuadros elaborados con la sencillez de la tinta mecanográfica y papel libre de ácido? La respuesta se encuentra justamente en el recogimiento interior mientras el espectador “lee” la obra. Se trata de textos sencillos que describen pinturas de la primera mitad del siglo XX, donde prevalece el color. Pongamos este ejemplo:
“Manuel Cabré. Casa de Pescadores. La pared amarilla del fondo se enriquece con una infinidad de toques carmín, azul, gris, verde, que le prestan la variada hermosura de un pedazo de jaspe. La pared roja que se halla más atrás es (…) fulgurescente, lograda con todos los cambiantes de la gama”.
“La palabra exige un tiempo, porque la imagen la ves y luego pasa, pero el texto te obliga a detenerte un poco más en la reflexión. Entonces, pensé en frases muy cortas, pero que tuvieran bastante peso. Que sirvieran para ese ejercicio de configuración en el pensamiento. La palabra activa el ejercicio de contemplación”.
Ese mismo año, María Virginia Pineda crea la serie Paisaje a máquina, que le abre las puertas a su segunda gran individual en El Anexo, bajo la curaduría de Félix Suazo.



“Era un recorrido por Venezuela a través de obras de arte. Paisajes de la costa, oriente, el sur… Tomé frases de la bibliografía del arte venezolano y las acompañaba con la ficha técnica de la obra. El espectador podía imaginar la obra o el paisaje. Lo que pasaba era que el público viajaba directamente al paisaje. Desde lejos toda la obra parecía igual: un texto con una ficha técnica. Con que una persona leyera, que activara su imaginación para viajar a su paisaje, me daba por satisfecha”.
En el ojo crítico
En este juego de palabras, sirva el argumento del jurado de La Trayectoria Inédita (2021) para ilustrar sobre la siguiente pieza de María Virginia Pineda y las razones que le hicieron merecedora de una mención especial: “Por plantear una crónica del entorno a través de una heráldica vegetal donde convergen la majestuosidad visual y la palabra”.
La artista pasó de imaginar las distancias panorámicas a relacionarse con el micropaisaje, a través de la cercana vegetación que le permitía el encierro durante la pandemia. “Pude reflexionar sobre el rol de los seres humanos dentro del paisaje”, dijo en una entrevista al saber de su reconocimiento. Había nacido Su Majestad Vegetal, expuesta en La Hacienda La Trinidad, en una colectiva bajo la curaduría de Lorena González Inneco.



Elementos muy sencillos: la transferencia de la textura de las hojas a un lino crudo, un dibujo a manera de heráldica o una corona, y el nombre de la planta repujado en hojilla de oro. Sólo eso bastaba para mostrar la fuerza de lo natural en medio de la humildad pictórica. “Es una serie gráfico -textil que reconoce las cualidades categóricas de la naturaleza, atribuyéndole rango de realeza a especies vegetales con poco o nulo valor comercial… La verdadera importancia del reino vegetal no está principalmente ligada al consumo humano, sino más bien en la subsistencia del ecosistema”, escribe la artista sobre su obra.
“Pensaba en cómo podía retribuirle esa majestuosidad a la naturaleza desde mis medios. Esa abundancia que nos mantiene vivos, porque nosotros sin ella, no podríamos vivir. Ella sin nosotros, sí, por supuesto. Entonces, lo que nos hace falta es una disposición a contemplar”.




En 2021, la Revista Estilo convoca el I Premio de Arte Contemporáneo Luis Angel Duque, con el apoyo de la Galería Freites. Pineda propone Cuadros de la naturaleza: Los Andes, Los Llanos (2022).
“Me pareció interesante hacer el ejercicio de relacionarme con un paisaje que le dio origen a una obra de arte. Fue como viajar en el tiempo con el artista cronista, con los artistas viajeros, porque ellos tenían el elemento de testimonio a través de sus diarios”.

Cuenta María Virginia que al leer los diarios de Ferdinand Bellerman ella se sentía identificada, sobre todo en sus referencias a Mérida, porque le hacía recordar sus excursiones a la montaña; mientras que con Auguste Morrisot padecía el mismo sufrimiento que el artista describió durante sus exploraciones. Con esta obra, Pineda es reconocida con el segundo lugar en el I Salón de Arte Contemporáneo Luis Ángel Duque (2022), que le permite ampliar la serie Su Majestad Vegetal: 156 km/h (2023) que está exponiendo en la Galería Beatriz Gil hasta el 3 de septiembre.
Igualmente su obra Banco Edén: Monte (2023) se encuentra actualmente en exhibición en la exposición de artistas contemporánas venezolanas Una=Todas, del Proyecto Creadoras, organizada por CAF Banco de Desarrollo de América Latina, GBG ARTS y Ana Volante Studio. La pieza está inspirada en el Banco Mundial de Semillas de Svalbard, Noruega, conocido como la Bóveda del Fin del Mundo, pero en su caso no se trata de especies que podrían servir de alimento a la humanidad, sino simplemente de la vegetación caraqueña que no cubre ninguna necesidad del hombre, salvo la de ser admirada en el paisaje. Las semillas fueron cuidadosamente preservadas para una futura reforestación.
El sonido de la palabra
2022, Altos de Chavón: Si María Virginia Pineda escuchó el sonido de la naturaleza como nunca antes lo había experimentado en su residencia de artista, también encontró en la fonética un recurso adicional para su exploración creativa. El arte de vincular el sonido de las palabras, del oído al lienzo. Y ese no fue su único descubrimiento: el viaje fue una oportunidad para extender sus técnicas a la cerámica y la fotografía. Una visita guiada al Museo Antropológico de Chavón, realizada por el antropólogo y artista Christian Martínez le permitió conocer más sobre la cultura taína, sus cerámicas y su léxico, conocimiento que luego sería plasmado en sus obras más recientes.
“Aprendí, por ejemplo, que la palabra canoa es de origen taíno, y que fue la primera palabra aborigen que incorporó la Real Academia Española en 1494 por Antonio de Nebrija”.




En su obra reciente, Pineda conserva el diseño con hojilla de oro, las heráldicas, pero se adentra en la pronunciación de las palabras, en comparar los nombres que se le dan a las especies vegetales de acuerdo con cada cultura. El allá y el aquí que nos une desde la voz.










Al observar las ornamentas de las vasijas antiguas, se propuso hacer su propia representación de los animales y formas sagradas. Retrató las piezas arqueológicas, para luego readaptarlas a traves del diseño gráfico. Creó su propia simbología.
“Los objetos que ellos tenían eran ceremoniales. Todos estaban vinculados a una adoración, a una reverencia a la naturaleza. La estética tenía ese fin y ese era el camino que quería tomar. Lo sagrado está muy presente en sus objetos. No es que se buscaba hacer una pieza bonita, sino que la belleza estaba asociada a la ofrenda”.
Su Majestad Vegetal: 156 Km/h (2023), exposición que contó con la curaduría de Ruth Auerbach, es un avance en la manera que tiene la artista de honrar la naturaleza. La figura del triángulo, la dualidad, lo ancestral, la presencia del tres, el efecto de las palabras proyectadas como en un espejo que se replica en la fusión de los lenguajes, la conexión del más allá con el presente, fueron elementos que sirvieron a María Virginia Pineda para crear una nueva iconografía.









Pineda recurre a diversas técnicas en sus composiciones artísticas, cuando trabaja sobre el papel aplica la impresión en bajo relieve (el intaglio) para sublimar el dibujo y darle sutileza al concepto. “Para que esté y no esté al mismo tiempo“. Mezcla tintas con grafito en polvo y las resinas las traslada a la tela. También utiliza el grafito para hacer el calco. Cuando necesita color de baja saturación recurre al guache, que le permite una calidad cromática más cercana al pigmento vegetal, mientras que la pintura al pastel no se queda atrás. El estampado en vinil textil le permite brillo y plasticidad, generalmente para darle fortaleza a las heráldicas. A las hojas las prensa y luego las interviene en la transferencia. Al mismo tiempo, se sienta en su computadora a analizar las cerámicas ancestrales en las fotografías que ella misma tomó, para reinterpretar los símbolos sagrados, a través del diseño gráfico y su imaginación.
“Yo quería trabajar un tema local, pero que no condicionara el trabajo para evitar que se sintiera ajeno a los demás. Corría el riesgo de que una persona que no conociera la tradición podría no sentirse identificada. Pero a pesar de que tomé como referencia la cultura taína, la naturaleza me permite que el tema se convierta en algo global”.
Por primera vez, la figura humana se hace presente en la obra de la artista.
“Si yo estoy investigando los sellos de los cuerpos, ¿cómo no va a estar presente el cuerpo?”.
La obra lo ameritaba. Para Cuerpo Ceremonial utilizó una tinta blanca de grabado a base de agua y se hizo los retratos con cada uno de los 19 sellos que elaboró. Para María Virginia Pineda es una incertidumbre lo que viene después de esta entrega artística. “Prefiero vivir el ahora”, me dice. Pero lo que si es cierto es que en su próximo impulso, continuará indagando en una narrativa histórica que soporte sus ideas.







“Me interesa seguir investigando, que el espectador se enganche con la historia, no solamente a través de la imagen, sino que exista la presencia de la crónica, el testimonio; que haya una información clave en la obra de arte”.

(*) María Virgina Pineda recibió el segundo premio del I Salón de Arte Contemporáneo Luis Ángel Duque, organizado en la Galería Freites por la Fundación Cultural Estilo, que consistió en su residencia de artista en Altos de Chavón, con el apoyo de Chavón Escuela Internacional de Arte y Diseño de la República Dominicana, afiliada a Parsons School of Design de Nueva York, bajo el auspicio de la Colección C&FE.
La experiencia de Chavón – República Dominicana
(Pulsar las fotos para las leyendas y verlas en mejor tamaño)










Su majestad vegetal 156 km/h – CAracas






Inger Pedreáñez es periodista (UCV), fotógrafa, poeta. Profesora de periodismo en la Universidad Católica Andrés Bello. Dedicada al periodismo corporativo por más de 25 años. IG: @ingervpr.
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María Virginia Pineda: “La cercanía con la naturaleza ha reforzado mi conexión con ella” entrevista de Alfredo Padrón en Letralia.
Maravilloso el trabajo de María Virginia y el reportaje