Paul Parrella: dueño de su paisaje interior

por Inger Pedreáñez

Luego de estar construyendo durante diez años su casa en los Altos Mirandinos, cuando ya había logrado con sus propias manos hacerse un techo que le daba cobijo ante las inclemencias de las lluvias y del sol, el artista Paul Parrella (1980-) tuvo que tomar la decisión de lanzarse a un nuevo abismo. Afortunadamente ese vacío estaba protegido de una certeza. No fue fácil para él tomar una decisión, podía quedarse en su espacio de confort, seguir creando a través de los elementos que el paisaje venezolano le sugería, pero estaba en juego las oportunidades de exhibir en el extranjero. Ya había vivido la ingrata experiencia de rechazar varias ofertas expositivas en otros países, por la imposibilidad de trasladar sus obras. El salto lo llevó hasta Barcelona, España, donde continúa el proceso de los Apuntes Animales, obras iniciadas en 2015 que se sustentan en el collage y que expresan sus instinos más viscerales al momento de componer.

Paul Parrella. Apuntes animales N* 0012, Galería Beatriz Gil. 2010.

Hay que virar por un momento a los orígenes de este artista cumanés, para comprender el sentido de su trabajo artístico y las razones por las cuales es una figura destacada en el arte contemporáneo venezolano. Inició su carrera expositiva desde muy joven, y su primera exposición fue en 1997, cuando apenas tenía 17 años, en su ciudad natal. Alberto Asprino fue una de las personas que le orientó en sus primeros pasos y recomendó su trabajo, desde que lo seleccionó para una Feria Iberoamericana de Arte, FIA. Ha estado presente en las galerías más conocidas de Caracas y también en museos nacionales, e internacionales, como el Museo Nacional de Beijing (2012).

Cuatro años antes de que sus cuadros se mostraran por primera vez en una exhibición, Paul Parrella ya estaba convencido de que quería ser artista. Contaba apenas con 13 años y era parte de la movida del arte urbano de Cumaná. “El graffiti en Cumaná era muy extraño, había un punto medio entre la calle y el espacio comercial, vivíamos del graffiti porque algunos locales se hacían propaganda y era una manera de financiarnos nuestra producción artística”, describe Parrella. Después descubrió el tatuaje que asumió como un oficio de principiante. Fue un adolescente que siguió sus instintos, confiado en la empatía que recibía por aquellas pintas que hacía en las paredes. La casualidad de que la Escuela Estadal de Pintura quedara al lado de su liceo terminó por marcar el destino de Parrella. Se escurría del salón para cruzar al otro instituto. “Yo pierdo el cuarto año, porque pasaba más tiempo en la escuela de pintura. Entonces, opté por concluir el bachillerato en horario nocturno para estudiar pintura durante el día”, dice el artista.

Paul Parrella.

Descubrió al Instituto Universitario de Estudios Superiores de Artes Plásticas “Armando Reverón” al momento de aplicar para sus estudios universitarios y sabía que ese era el lugar indicado. Ese paso de mudarse de Cumaná a Caracas terminó de cerrar el trato entre Parrella y la pintura.

Curiosamente, quemó totalmente la etapa de graffitero, porque sus investigaciones artísticas tomaron un nuevo rumbo. “Cuando comencé la carrera tuve una etapa figurativa que era más simbólica, muy tribal, conectaba con esa idea de los arquetipos. Uno está construyendo su universo sensible, es un proceso de autodescubrimiento para reconocer un lenguaje propio. Pero fue abrumador, en cierto modo, enfrentarme a la pintura en plena conciencia de que estaba creando mi propio lenguaje y narrativa. En la universidad entiendes que pintar no es sólo un acto lúdico, sino que estás aprendiendo otro sistema de comunicación. Es en ese momento que te das cuenta de la gran dimension que significa ser artista.”

–Hablas de crear un nuevo sistema de comunicación, el graffiti es escritura, y a la vez, tus series artísticas se titulan como Anotaciones, Apuntes…, si hay un hilo conductor.

— El graffiti no puede ser entendido solamente como un acto de apropiación del espacio público, sino que también es un acto rudo que hace una persona para llevar un mensaje al otro, pero la pintura me ayudó a buscar esa conexión más allá de las necesidades de hacer visible un universo interior. El graffiti no llegó a habitar mi pintura como imagen. Cuando llegué a la pintura no hacía graffitti, pero sirvió como un vehículo para entender la pintura como un elemento discursivo.

Al graduarse de la universidad, en 2005, comienza a realizar sus Anotaciones.

“Fue un proceso de acercamiento muy particular con la naturaleza. Se podría pensar en un principio, que mi obra es una especie de paisaje, pero realmente estoy registrando fenómenos transitorios dentro del paisaje. Aprovecho los elementos para encontrarme con ciertas inquietudes vitales que me han acompañado a lo largo de la vida, que tienen que ver con la muerte, con la permanencia, pensar el aquí y el ahora, la transitoriedad…

Paul Parrella, Anotaciones sobre el agua, proyecto Analogías sobre la desaparición, 2015.

El Jardín Botánico de la Universidad Central de Venezuela era un buen espacio para explorar ese intercambio entre el espacio y su lenguaje interno, sobre todo al llegar a los estanques donde flotan los nenúfares y las flores de loto. “Ese lugar tenía una magia, allí escribía mis apuntes, dibujaba mis bocetos, y así comenzaron las Anotaciones sobre el agua (2005). Entonces, abordaba la pintura de una manera más pausada, reflexionaba sobre el color, la pintura se construía con capas sobre capas, podía pasar temporadas trabajando sobre una misma tela, hasta que llegaba un momento en que la pintura me decía que ya estaba lista”.

Después vinieron las Anotaciones sobre la luz (2007), que estuvieron marcadas por una mudanza al taller que tenía en Los Chorros. “Cuando bajaba caminando hacia el Metro, en el trayecto me encontraba con esa calle gris y en esas largas paredes blancas que se transformaban en una especie de teatro en movimiento por la presencia de las nubes. Eso podía durar dos minutos o diez segundos, hasta que otra nube tapaba el sol y la sombras se desvanecían. Es un instante de asombro de algo que aparece y desaparece. Y yo necesitaba registrar eso. Esa manera de presenciar el cambio me embargaba. Esa dinámica me cambió la forma de pintar”, relata Parrella.

Primero reflexionó sobre los destellos del color en el agua, ahora las nubes le producían sensaciones más instantáneas. “Tuve que aprender a ser un nuevo pintor, porque la dinámica en esa serie era acostar las telas sobre el paisaje en el suelo, y dependiendo de lo que se reflejara en ellas, se iniciaba una especie de happening, de ‘action paint’, un performance donde yo empezaba a registrar las sombras con las manos, no a copiarlas, sino que a partir de lo que la naturaleza me proponía, yo decidía qué forma hacer. Pero si la sombra duraba dos minutos, ese mismo tiempo duraba la pintura. No podía volver a ella. Por eso esas pinturas son más enérgicas, son más gráficas, hay ausencia de color, porque demandaban a otro tipo de pintor. Eso me enamoró, porque me obligaba a salir de mi escenario de confort. No hay nada más peligroso para una artista que sentirse conforme y cómodo con una forma de construir la imagen.”

El resultado de este trabajo comenzó a recorrer las galerías. Su primera exposición individual en Caracas la hizo con la galería Artepuy, de Beatriz Gil, Pintón (2005), luego vino otra muestra individual, Color de agua (2006), y también la exposición Intemperie (2007), con el apoyo de Carmen Araujo, en La Carnicería.

Paul Parrella. Exposición Intemperie, 2007

Paul Parrella, Materia flotante. Sala experimental Museo Alejandro Otero. 2012.

Siempre desde la abstracción, su tercera serie Anotaciones sobre el cielo (2012) tomó otros recursos para registrar la imagen: utilizó la cámara fotográfica y principalmente la técnica de la ventana de León Battista Alberti (un pequeño vidrio cuadriculado que los pintores renacentistas colocaban frente al paisaje para estudiar la perspectiva, y dibujar los bocetos) para registrar las imágenes. Las ventanas de su taller, el papel milimetrado, los soportes de acetato y las fotografías que tomaba cada cierto tiempo desde el mismo ángulo, fueron creando una suerte de archivo de manchas, que le permitía al artista generar nuevas formas. Esos registros eran la excusa para dibujar su propio paisaje interior y personal.

Sus tres series llegaron a consolidarse finalmente en una exposición en la G Siete Galería del Centro de Arte Los Galpones, titulada Analogías sobre la desaparición (2015). Diez años de trabajo que ya habían adquirido cuerpo propio. En 2017, Paúl Parrella recibe el Premio AICA como Artista Joven (Asociación Internacional de Críticos de Arte, capítulo Venezuela), y no ha sido su único reconocimiento, pues ha destacado en varios salones municipales de pintura. El año pasado estuvo en la feria internacional PARC 2019, en Lima, Perú, y está presente en la colección de Imago Mundi Fondazione de Luciano Benetton Studi Ricerche. Actualmente trabaja en Venezuela con Beatriz Gil y GBG Arts.

Paul Parrella. Analogías sobre la desaparición, 2015.

Para entonces, los ojos de la crítica y de las galerías estaban puestos sobre sus obras y el año 2012 llega a debutar en los museos: en una colectiva curada por María Luz Cárdenas, que se tituló Diálogos Contemporáneos, en el Museo de Arte Contemporáneo, y en la cual se expuso una de sus piezas a color de Anotaciones sobre el Agua (que luego sería adquirida por un coleccionista privado), y también en una individual para el Museo Alejandro Otero, titulada Materia Flotante, curada por Jhonny Fung, sobra las Anotaciones sobre el cielo.

— Has tenido consistencia en expresarte a través de la naturaleza.

— Me gusta pensar en ese encuentro con los elementos naturales como una especie de pacto que establezco para apropiarme de mi presente, del instante, de esa situación efímera. La experiencia de color que se puede producir en un charco va a existir mientras el agua está en movimiento, las sombras de los árboles que se proyecta de manera particular en el suelo sólo existen mientras el sol incide en ese cuerpo natural, y las nubes sobre el cielo cambian en un instante. Esa nube, esa sombra, esa mancha de color no van a ser las mismas para el otro que venga detrás de mí. No es el paisaje, son esos elementos que no son permanentes los que están configurando el paisaje que me pertenece, porque me permite conectar con mis conflictos, y lo asumo de una manera casi que egoísta.

Paul Parrella. Anotaciones sobre el agua, 2012. Diálogos contemporáneos, Museo de Arte Contemporáneo.

— ¿El tema de la muerte, de la transitoriedad y de lo efímero es una preocupación que te ha marcado por una experiencia personal, la pérdida de algún ser querido, por ejemplo?

— Yo nunca he sido muy creyente de que exista algo despues de esto que nosotros llamamos vida. Desde muy joven me ha costado aceptar la idea de que existe alguna forma de energía más allá de nosotros y con la cual nos fusionamos después de este plano. Eso se suma a una serie de pensadores que marcaron mi adolescencia tardía, porque comencé a leer entre los 18 y 20 años a Friedrich Nietzsche, Jean-Paul Sarte, Albert Camus, Emil Cioran… Siempre me ha generado mucha angustia esas ideas sobre el peso de la vida y la responsabilidad de existir, y que de alguna manera la vida tenga un sentido o un propósito. Alrededor de mi vida se han presentado grandes personas por las cuales he sentido un afecto inmenso y que se han ido. Sí, podría decir que ha sido una parte detonante de todo esto, acompañado de estas ideas sobre la responsabilidad con la cual asumimos la vida. Trato de ver los días con responsabilidad y asumir que es algo que no vuelve a ocurrir. Por eso pacto con las nubes, con las sombras, con el reflejo del agua, porque no se vuelven a repetir. Obviamente no me paso la vida con ese nivel de intensidad a cuestas. Pero esos fenómenos me permiten mantener ese universo de reflexión.

El pensamiento filosófico ha estado muy presente en la investigación de Paúl Parrella, algo que desarrolló por su vínculo como alumno y vecino del artista Octavio Russo. “Octavio fue una figura relevante de mi crecimiento como artista, porque incluso después de graduarme mantuvimos una relación por la cercanía de nuestras casas en los altos mirandinos, y cuando lo visitaba nuestros temas comunes se encontraban en filósofos y poetas por los cuales sentíamos afinidad. Mi amor por la filosofía nace de esas primeras conversaciones sobre Deluze, Nietzche, Heidegger…”

— ¿También has tenido una influencia artística de Víctor Hugo Irazábal?

— Muchos artistas de mi generación tuvimos la suerte de pertenecer a un proyecto educativo muy sólido en la Armando Reverón, y formarnos con personas que no solo eran muy buenos profesores sino que eran excelentes artistas. Víctor Hugo Irazábal, Octavio Russo, Luis Lizardo son maestros en su disciplina. Fue maravilloso poder acercarte a ese lenguaje a través de artistas que reflexionaron seriamente sobre el oficio de pintar. Con Luis me acerqué a la narrativa del color, con Víctor Hugo no solo aprendí la manera de enfrentarnos a la condición de la forma, sino también a cómo desarrollar un método de investigación. Las enseñanzas de Víctor Hugo quedaron tan grabadas en mi memoria que eso me ha permitido una segunda profesión, que es la docencia, que la he realizado de forma intermitente a lo largo de estos 20 años, para darle a los artistas herramientas que permitan que sus investigaciones sean sólidas.

Vale decir que el aprendizaje no es sólo entre pensadores y grandes artistas, sino también entre sus contemporáneos. En todo su proceso de formación compartió con amigos y pintores orientales de su generación como José Vivenes, Jonidel Mendoza, Enay Ferrer, Starsky Brines, entre otros, con los que discutían sus procesos y se retroalimentaban sin permear sus estilos.

Paul Parrella. Apuntes animales No. 0013, 2018.

A partir de 2015 comienza una nueva serie, los Apuntes Animales, un entretejido de todas sus series en una única narrativa plástica. “Empiezo a aislarme del encuentro con el paisaje, para hacer un encuentro con la pintura más visceral, por eso lo llamo animal, es enfrentar la pintura desde lo que está ocurriendo en ese instante y lo que está pasando con la materia”, explica.

Todo surgió, una vez más, de ese instante de observación sumado a la carencia. Parrella seguía alimentando sus archivos de manchas, bocetos e imágenes, pero un día ya no tenía más material y tomó las carpetas de sus archivos para incluir los registros de las otras series. “Me di cuenta de que era posible tejer una imagen a partir de allí, y que se estaban estableciendo narrativas únicas, totalmente distintas. Así nació el nuevo proyecto.”

— ¿Por qué es animal?

— Es animal en el sentido de esa visceralidad que cargamos como individuos, tratar de desprenderme de lo racional y enfrentarme a la materia con esa capacidad de ejercer una fuerza sobre un elemento, para que cobre la forma de mi capricho. Es una especie de performance y trance que se hace en un instante, donde deposito una energía. Ya no estoy trasladando un cierto registro de las nubes, del agua o del cielo, sino que estoy concentrado en lo que está pasando en ese instante de la creación de la obra. Paso mucho tiempo reflexionando y meditando antes de trabajar sobre la obra, y cuando comienzo es muy efusivo, ocurre en muy pocos momentos.

— ¿Tiene Apuntes Animales también la influencia del Art Brut de Dubuffet?

— Dubuffet fue un referente muy importante para mí en los primeros años de la escuela, y no me ha abandonado. La idea de trabajar un arte marginal, que no responde a las líneas estéticas del momento, ni que es producto de un proceso muy elevado, de razonamiento, sino que es un encuentro honesto y visceral con la materia. Utilizar el arte como un mecanismo de desahogo y acercarse a la pintura de una manera más mundana.

— Trabajas la mancha, pero ha evolucionado desde aquellas que traslucían nuevos colores a través de los trazos, a estos trabajos de collages que podría decirse que son abstracciones más rudas, con una emocionalidad distinta por las texturas.

— Hay una carga de materia más fuerte. Mi trabajo ha sido en su mayoría, y sobre todo después de graduarme, muy abstracto, huyo de establecer una narrativa figurativa, prefiero que el espectador tenga un encuentro directo con la materia, el color y la forma, y eso va a condicionar el plano sensual y la capacidad que tiene el espectador de plantearse especulaciones a través de la obra. Lo importante es que la obra pueda generar en el otro un impacto y le permita reflexionar sobre las formas que están allí. Siempre parto de la idea de que la obra es autónoma en sí misma, a pesar de que la puedo crear y establezco un acercamiento con el sujeto de creación, hay un discurso entre ella y yo, que se queda conmigo. Pero cuando esa conversación cierra, porque la obra está lista, ella vive por sí misma. Va a trascender en su existencia. Seguirá estableciendo un encuentro sensual con el otro, proponiéndole otras narrativas. Me encanta la abstracción porque te invita a especular. Algo sabroso que tiene la pintura es que no se revela tan fácilmente, tiene distintos momentos para acercarse, y cuando vas más allá de lo que crees que ves, la obra va develando otras reflexiones.

Paul Parrella. Anotaciones sobre el cielo. Proyecto Áspero. Caja Chacao, 2017.

— Es algo que también sucede en la poesía.

— Es así. Para mí la poesía es fundamental dentro de mi trabajo y dentro de mi vida (Jaime Sabines y Armando Rojas Guardia han sido algunas de sus lecturas de cabecera). Yo digo que las grandes lecciones de pintura las he resuelto a través de la literatura, en momentos particulares. He encontrado respuestas en los libros, por ejemplo El Viejo y el mar, de Ernest Hemingway, esa lucha que tuvo el viejo con ese pez espada que lo llevó a alejarse de la orilla, hasta que perdió las luces de la isla como referente, que lo llevó a un territorio desconocido y no fue sino hasta el final que el viejo logra conquistar el pez y logra amarrarlo al barco, y durante su trayecto de regreso los tiburones le arrebatan al pez y llega sin nada a la orilla. Lo único que le quedó fue la experiencia de lo vivido, eso para mí fue la lección fundamental de lo que significa pintar. Lo único que te queda como artista es el tránsito, el momento cuando tú estás creando la obra, porque la obra no nace como algo preestablecido. Mikel Dufrenne, en uno de sus textos que se llama Pintar Siempre, dice que cuando el pintor se acerca a la pintura lo hace como un creador, pero también como un espectador porque lo que está apareciendo también es nuevo para él. Y lo que te queda es el producto de ese trance, luego la obra se va y lo que queda es ese instante de vida.

— El tema de la observación es muy poético, pero también fotográfico. Cuando hablas de lo transitorio y la permanencia, ese momento que es como el instante decisivo de Cartier Bresson, es como retener lo efímero, que si no lo captas en su momento se pierde.

— Yo he descubierto en la cámara una herramienta fabulosa. No me atrevo a decir que soy fotógrafo porque no estoy desarrollando una línea discursiva partiendo del lenguaje fotográfico. Pero sí, la cámara como herramienta ha sido fundamental en mi vida, ha sido una cómplice fabulosa. Me ha permitido reflexionar desde otro lugar distinto. Manejo la cámara de manera tosca, porque me mantiene con un territorio más honesto. No quisiera perder la precariedad del registro, porque me gusta preservar esa condición de asombro.

— Trabajas mucho con la retícula, que quizás esté relacionado con la ventana de Alberti que utilizas en tu trabajo. Cada componente se puede reorganizar, con el uso de una presentación modular existe otro tránsito entre un segmento y otro.

— Me gusta pensar que mis obras pueden formar parte de un conjunto o puedes separarlas y ser individuales, porque parten de una misma necesidad de investigación. Están siendo creadas en distintos instantes de la producción, pero al colocarlas todas juntas pueden establecer un matrimonio entre ellas, porque están atendiendo al mismo problema. En mi trabajo sí está presente esa condición de la retícula, que parece estar construida en una gran imagen, y que la puedes separar después en fragmentos. Lo puedes ver como una continuidad. Me gusta mucho que la obra genere esa sensación, de que algo está ocurriendo allí. La retícula cobra importancia por ello.

Paul Parrella. Apuntes animales No. 0010, 2018.

— ¿Con tu mudanza a Barcelona, los Apuntes Animales tienen un tránsito diferente?

— Esos collage se producían hasta hace poco con los archivos que iba guardando. En Barcelona ha sido totalmente distinto, porque todo ese material que nutría mi trabajo se quedó en Venezuela. Aquí me vi obligado a que tengan que formarse con lo que Barcelona me otorga. Yo recorro la ciudad como un peatón hurgando en todos los espacios, voy extrayendo de carteles viejos pedazos de papeles que quedan allí, trozos de pintura que se desprenden de las paredes, comienzo a archivar pequeños extractos de la ciudad que después se van armando en un soporte como collages. Y parto de las imágenes que ya tengo interiorizadas, pero es la ciudad la que me está ofreciendo nuevo material.

— Te cambió el entorno, la luz no es la misma. ¿Te has encontrado en conflicto por no tener ese recurso?

— Para mí, la noción del día se ha transformado completamente. Estar en un continente donde en un período del año son las nueve y media de la noche y la luz es tan fuerte como si fueran las cinco de la tarde, eso es abrumador. Tengo una suerte de vivir en una zona de Barcelona que está cerca de la montaña y puedo acercarme a espacios naturales tal como pasaba en mi casa, eso me ha permitido concentrarme de alguna manera. Sin embargo, en este viaje he estado escribiendo más, siempre me acompaño de libretas, las utilizo como manera de estructurar mi imaginario, eso me permite organizarme y llevar una forma, para plantear mis proyectos. Pero esa libreta de anotaciones que era muy estructurada se ha ido transformando en una libreta emotiva, llena de preguntas sobre cualquier cosa, y otro día me dedico a responder. Me estoy permitiendo esa situación. Una de las pocas cosas en las que un artista puede ser efectivo es trayendo a la realidad sus anhelos, conflictos, deseos, abismos, que tampoco le son propios sino que son de todos los individuos.

Sin embargo, creo que la pintura es la oportunidad de enfrentarme físicamente a un conflicto que antes de existir es una abstracción. Tenemos esos dones de reflejar en el arte lo que para otros no es posible. Eso es lo que atrapa una obra de arte, no sólo te asombras por la capacidad técnica de un artista sino también porque es el reflejo de las inquietudes y obsesiones que otros también pueden tener. Por eso sentimos empatía cuando leemos un libro en particular o un poema, porque nos estamos conectando con aquello que de alguna manera cargamos en el interior, y en el arte se nos devela. Para mí esa es la responsabilidad como artista.

Paul Parrella. Anotaciones animales. Collages 2019-2020.

Inger Pedreáñez es periodista (UCV), fotógrafa, poeta. Profesora de periodismo en la Universidad Católica Andrés Bello. Dedicada al periodismo corporativo por más de 25 años. IG: @ingervpr.

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