Activismo en el arte: La dignidad como forma de expresión
por Inger Pedreáñez
Imaginemos esta escena: entras a un museo reconocido, te detienes frente a una pieza que expresa la condición femenina, o remite al desplazamiento de los inmigrantes, o simplemente observas una obra hermosa con tantos significados como el estado de ánimo y el background del espectador. Continúas recorriendo las salas y te recibe un espacio vacío. Como si las obras hubieran sido robadas. Realmente la pieza ha desaparecido a instancias del propio autor. Imagine que de pronto en un área común se tropieza con un performance que tiene más de activismo social que arte. Y en realidad es así.

Esto es lo que ha pasado en los últimos meses en varias galerías y museos de Estados Unidos. Si el artista crea para interpretar el mundo y sus emociones, ahora también sabe que puede tomar el escenario que le sirve de vitrina a su trabajo para influir en la conducta humana, la ética o un mejor vivir. Se atreve a reclamar como un agente social e impedir que nadie pretenda lavarse la cara con la cultura.
Desde la época del Renacimiento, e incluso mucho antes, el mecenazgo ha sido una forma de lograr el prestigio social, y eso no ha cambiado en siglos. El filántropo busca mejorar su condición social, no por el poder, que ya lo tiene, sino porque siente que deja un legado a la sociedad. Financia el arte, porque lo dignifica como hombre de negocios.
No por eso, la inversión en el capital cultural está desprendida de cualquier otro interés. Por citar un ejemplo, en 1994 Phillips Morris, amenazó con cortar todas sus subvenciones a la cultura si se llegaba a aprobar la ley del tabaco que prohibía fumar en lugares públicos de Nueva York. Fue aún más lejos, le pidió a las instituciones de arte neoyorquinas que hicieran lobby a su favor. La ley se aprobó y la tabacalera mudó sus oficinas a Virginia.
Pero ahora, la organización social, y el compromiso de los artistas está dando un vuelco nunca antes visto.

En los últimos meses, la agrupación PAIN (siglas creadas para conformar la palabra dolor, cuyo nombre es Prescription Addiction Intervention Now), liderada por la fotógrafa Nan Goldin, y el grupo activista Decolonize This Place han sido noticias por la presión que han realizado en contra de personajes vinculados al arte, cuyas fortunas se sostienen sobre negocios que no han hecho propiamente un gran favor a la humanidad.
En el primer caso, la protesta ha sido contra la familia Sackler, propietarios de la industria farmacéutica que desarrolló el opioide OxyContin. En el segundo caso, las presiones apuntaron en dirección a Warren Kanders, dueño de Safariland, una fábrica de gases lacrimógenos, chalecos antibalas y otras armas de represión.
El lado oscuro

La familia Sackler son dueños de la farmacéutica Purdue, fabricante del medicamento OxyContin. Investigaciones periodísticas realizadas por los periodistas Patrick Keefe y Margaret Talbot (en The New Yorker) y Christopher Glazek (en Esquire) dispararon las alarmas sobre las consecuencias de este medicamento que en una década ha causado la muerte a más de 200.000 personas, sólo en Estados Unidos.
Las noticias publicadas reseñan que Richard Sackler, escribió en febrero de 2001, en un correo electrónico confidencial, que la mejor forma de evitar una crisis de imagen era culpar a quienes abusan del medicamento, quienes serían los verdaderos causantes del problema.

En el lobby del Guggenheim, Nan Goldin protesta contra los Sacklers.
Fotos: Elizabeth Bick para The New Yorker
Toda esta información llegó al conocimiento de Nan Goldin. Ella fue adicta al opioide desde noviembre de 2014 hasta febrero de 2017, cuando se lo recetaron para aliviar el dolor de una tendinitis de su mano izquierda. Posiblemente, habría dejado de ser una víctima para ser criminalizada si esta propuesta comunicacional de Sackler hubiera prosperado. Pero avanzó más rápido la reacción de la sociedad artística.
Durante el tiempo que Goldin consumió el opioide, realizó retratos de su cotidianidad. Tres series fotográficas tomadas entre Nueva York y Berlín dan fe de ello: Dope on my Rug (Droga sobre mi alfombra), Oxy Script (el guion del Oxy) o Crushing Oxy on my Bed (Oxy destructivo sobre mi cama).
Ante los hechos revelados por la prensa, la primera reacción de la artista fue escribir una carta donde cuenta su trágica experiencia. Ella fue una más de los pacientes que recurrió al mercado negro cuando no tuvo cómo adquirirlo por los canales regulares, y finalmente utilizó un sustituto que la llevó al borde de la muerte: el fentanilo, la misma droga que mató a Prince.
De allí pasó a las manifestaciones colectivas donde los artistas yacen en el suelo rodeados de blisters o pastillas que simulan al medicamento cuestionado. Las protestas de PAIN, al grito de ‘Shame on Sackler”, han abarcado The Metropolitan Museum de Nueva York (hay una sala Sackler del Met que se inauguró en 1978, financiado por los hermanos Arthur, Raymond y Mortimer), el Arthur M. Sackler Museum, que integra la red de centros de arte de Harvard y la galería del mismo nombre de la red Smithsonian, en Washington. Cabe mencionar que Arthur Sackler, el principal benefactor, falleció en 1987, mucho antes del desarrollo de OxyContin (a mediados de la década de 1990).
En el Sackler Center for Arts Education del Museo Guggenheim de la ciudad de Nueva York, los activistas entregaron copias de recetas falsas enviadas desde correos electrónicos de Richard Sackler, el ex presidente de Purdue. Una forma de develar la presencia oculta de la farmacéutica en la venta informal del producto.
El movimiento ha tenido resultados. En marzo de este año, el grupo Tate Modern anunció que no recibirían más donaciones de la familia Sackler, justamente cuando estaban en los preparativos de inauguración de una exposición de Nan Goldin. Ese mismo mes, La National Portrait Gallery de Londres rechazó la donación de US$ 1.3 millones. Igualmente el Louvre decidió liquidar su vínculo de mecenazgo con los Sackler.
No a la represión
Por su parte, la denuncia contra Warren Kanders y Safariland, revela que de su fábrica provenía el gas lacrimógeno utilizado contra migrantes por parte de los agentes de la patrulla fronteriza de los Estados Unidos, a lo largo de la frontera con México a fines del año pasado.

En una nota publicada por La Esfera Pública se presume que el filántropo también es propietario parcial de Sierra Bullets, que según el colectivo Arquitectura Forense puede estar involucrada en crímenes de guerra letales por parte del ejército israelí contra civiles palestinos en la frontera de Gaza.
Kanders se unió a la junta de Whitney en el año 2006 y ha estado en el Comité durante cinco años, donando más de US$10 millones.

Curiosamente, la Bienal de Whitney hace una revisión profunda de las propuestas artísticas que marcan tendencia en el arte moderno de Estados Unidos. En esta oportunidad los curadores Jane Panera y Rujeko Hockley advierten que los trabajos están “llenos de preocupaciones sociopolíticas, pero cuyo efecto acumulativo es abierto y esperanzador”.
Debía ser coherente, entonces, que una chispa se encendiera en esa paja. Esa primera yesca la soltó el artista Michael Rakowitz, quien solicitó retirarse preventivamente de la Bienal de Whitney 2019, antes de que fuera inaugurada.
En este caso, la primera reacción masiva provino de un grupo de trabajadores del Whitney. Luego los participantes de la bienal comenzaron a cuestionar su presencia, a lo que se sumaron las nueve semanas de protestas callejeras del grupo Decolonize This Place. Finalmente, ocho artistas de los 75 participantes pidieron retirar sus obras cuando ya la bienal estaba instalada.
Todas estas acciones determinaron la renuncia de Warren Kanders como vicepresidente de la junta directiva del Museo Whitney. El escándalo también salpicó a su esposa, Allison Kanders, quien tuvo que abandonar su cargo en el Comité de Pintura y Escultura del mismo museo. Explicó que su decisión buscaba no empañar el trabajo que durante años viene promoviendo el Museo Whitney.
El mecenazgo podría entenderse como una forma de hacer una actividad creadora por delegación. “Consiste en la condición de posibilidad de que algo bello ocurra, aunque uno no sea directamente su autor”, dice el filósofo español José Antonio Marina, en un ensayo para la obra “Los cauces de la generosidad”. Pero en estas historias del siglo XXI, la belleza del arte parece rugir ante el interés del poder por el prestigio social que la cultura le ofrece. Para eso, sólo bastó que los artistas levantaran la alfombra de las instituciones para sacudir el polvo escondido.
Acciones en solitario
Como estas historias recientes, cuya trascendencia mediática logró el impacto esperado, hay otros episodios de artistas que buscan marcar la diferencia en la institucionalidad del arte.

Protesta durante la ceremonia de reinauguración del Museo de Arte Contemporáneo de Belgrado (MoCAB)
Hace dos años, el 20 de octubre de 2017, Vladan Jeremić y Uroš Jovanović realizaron una protesta durante la ceremonia de reinauguración del Museo de Arte Contemporáneo de Belgrado (MoCAB). Se celebraban los 50 años desde que el museo recibió sus primeros visitantes en la época comunista. En medio del acto político los artistas aparecieron con máscaras del retrato del presidente del país, Aleksandar Vučić, para protestar por la unificación del lenguaje, y las influencias autocráticas en el arte y la cultura popular. El desenlace de este hecho fue que la policía serbia los arrestó por mancillar la figura presidencial.
Pero las instituciones también pueden hacer su parte al provocar un revés en los círculos del arte. También hace dos años, el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York decidió exponer siete obras de artistas de origen sudanés, iraquí e iraní, en protesta por el decreto antiinmigración emitido por el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
Estas actuaciones que son más políticas que artísticas emergen de la indignación pública. ¿Pero no es acaso la cultura una forma de ser a través de la expresión?
Inger Pedreáñez es periodista (UCV), fotógrafa, poeta. Profesora de periodismo en la Universidad Católica Andrés Bello. Dedicada al periodismo corporativo por más de 25 años. IG: @ingervpr.