Jorge Pizzani en su taller

Jorge Pizzani en su taller

por Caresse Lansberg

He seguido la carrera artística de Jorge Pizzani desde hace unos 25 años. Lo he visto explorar diferentes medios, pintura, escultura, intervenciones en vivo, siempre trabajando sin parar. Siempre reinventándose, explorando y aprendiendo. También he sabido de sus luchas, de sus triunfos y frustraciones, de sus amores y desamores, de sus pérdidas, del amor y dedicación a sus hijos. Creo saber que él ha vivido intensamente su circunstancia y la ha podido plasmar en esos enormes lienzos que ataca con voracidad y llena de personajes arquetípicos de una sociedad que se desmorona ante nuestros ojos.

Los inicios

Jorge Pizzani es uno de esos artistas que tuvieron la suerte de estudiar en el Instituto de Diseño Neumann en los años 70 y de empaparse del espíritu de esa “Bauhaus tropical” que marcó a varias generaciones y que sirvió para fijar nuestra cultura visual de una manera muy adelantada para su época, o más bien diría, de una manera atemporal.

“Los estudios en el Instituto de Diseño de la Fundación Neumann incidieron en la comprensión del espacio, el cual está regido por una trama invisible donde residen las cosas, su balance, las direcciones, las miradas, los contrarios, el color y su nostalgia; también incidieron de manera total en los criterios para nuestra toma de decisiones, nos dieron el andamiaje, la base donde hoy se sustenta nuestra obra, y todos los nutrientes espirituales, con una metodología que influye la manera de utilizar el tiempo, los fundamentos literarios, la base para abordar algo tan exacto como contenido y forma, para enfrentarse luego a los estilos de una manera precisa para partir de la premisa de que toda experiencia es válida si tu pasión es cierta… La formación era muy rigurosa, hoy siento que fue un privilegio llegar a ese compendio de conocimientos que residió en el legado de Walter Gropius y Ludwig Mies Van der Rohe al frente de la Bauhaus; en Gillo Dorfles; en Tomás Maldonado y en una pléyade de profesores, todos en sintonía con su tiempo para darte la mejor formación académica. Eran artistas enormes, de conocimientos casi extintos hoy, ante una diversificación que hace más complejo entender al arte como un todo y a la pintura como algo esencial, en esa dinámica entre ciencia y espiritualidad. El espectro recorrido en el Instituto de Diseño de la Fundación Neumann fue una suerte de paradigma muy acertado para sus afortunados estudiantes. El diseño fue para mí una metodología para la investigación, y el instituto de diseño fue un encuentro de creadores que le dieron vida.

Cuando hablo de metodología hablo de una herramienta, es una virtud adquirida, sirve de guía, podría ser una brújula que te allana el camino, los ojos miran y ordenan, saben distinguir, de su piel, su confort y su sentido, es un añadido muy importante para la acción de pintar, son estructuras asumidas dentro de un orden en movimiento, en el instituto nos enseñaron a dibujar y a aprender de los grandes maestros, afinar una habilidad cuando estás joven, ávido de conocimiento y tienes esa suerte, los conceptos, las ideologías, la poesía, los metales, la cerámica, la mejor literatura, buenos pintores y diseñadores industriales hablando de sus experiencias y transmitiéndotelas… qué suerte, son espacios de tiempo.”

Jorge terminó sus estudios y comenzó su viaje por la vida. Vivió en Barcelona en donde tuvo la oportunidad de conocer y se relacionarse con los artistas del momento. Visitó asiduamente museos, exposiciones, se hizo conocedor tanto de lo que ya estaba entronizado en el arte como de lo que iba surgiendo, y luego en París, de la mano de Cecilia Ayala, legendaria galerista venezolana, comienza a mostrar su arte.

¿Qué te enseñó París?

En Paris conocí a Antonio Seguí, a Julio Le Parc, Bertrand Lavier, hice amistades como Dani Karavan, a quien llegué a restaurarle obras, o mi encuentro con Mario Merz, y el cielo y el infierno para los simbolistas de la edad media y enterarme que Fibonacci se llamaba Lorenzo Pisano, entender los caminos de la duda como fuente inagotable de energía, los fractales, la teoría del caos, Paul Virilio, Borges de la A a la Z… Europa fue la gran experiencia: Pier Restany, Bacon, Dubuffet, un mar de referentes, Beuys, Tony Cragg, Kiefer en los inicios de su grandeza, la Documenta de Kassel, la Bienal de París, la Bienal de Venecia. Una absorción total de conocimientos en una década gloriosa para el arte, los años 80, la Transvanguardia, Bonito Oliva, el Graffitti from New York, Basquiat, Schnabel, demasiado. Los salvajes alemanes, la gran mezcla de sabores del arte contemporáneo en primera fila.

A su regreso a Caracas Jorge se instaló en una Churuata/Casa/Taller que le cedió su entrañable amigo el cineasta Diego Rísquez. Allí estuvo hasta que decidió desaparecerse de la ciudad y su ruido para mudarse a Turgua, en las afueras de Caracas en donde se construyó una bella casa, y por supuesto su nuevo taller. Veinticinco años estuvo viviendo y pintando allí, explorando en su arte y en sí mismo en la soledad selvática y rural.

La vida y el arte

En los últimos 20 años la vida en Venezuela se ha visto sacudida en todos sus aspectos por una situación dramática en lo político y económico producto de un régimen desacertado para nuestra sociedad. En su bucólico refugio de Turgua, Pizzani se vio acechado y atacado por bandas locales que a través de los años pusieron su vida y su integridad personal en peligro hasta que en una última estocada de la cual salió ileso de milagro, el artista decidió dejar Turgua y mudarse de nuevo a la ciudad en donde lo encontramos en un amplio espacio que ha convertido en casa/taller rodeado de sus objetos personales, recuerdos, fotos de seres queridos y sus lienzos algunos terminados, otros por definir.

Su nuevo estudio es un apartamento que ya estaba amoblado, hay señas de unos habitantes anteriores, pero en él, Pizzani ha marcado su presencia con todos sus lienzos, recostados de distintas paredes, monumentales, con los rostros de sus personajes asomando universos, acompañando al ruido de la calle que entra invasivo y las mesas repletas de potes con pinturas, brochas, agua. Conversamos de la vida, amigos ya idos o todavía aquí. La visita es para ver el espacio de trabajo. Me pregunto si ese cambio de ambiente y esa cercanía con el caos, afectaron su obra. Me maravillan esos grandes rostros, algunos llenos de dolor, otros mostrando sus dos caras en suerte de Jekill/Hyde simultáneo. ¿De dónde brotan esos personajes? Algunos no son identificables, son materializaciones de sus propios sentimientos, miedos, deseos y fantasías, representaciones de la condición humana y también hay personas que existen, a las que ha visto solamente alguna vez y otras que han pasado por su vida.

Al preguntar sobre ello me dice “el centro es siempre el hombre y su entorno, y no hay mejor pretexto que ese. A mí me interesa como dibujante la condición humana, cuando haces figuración ese drama no puede pasar desapercibido, y al drama no le falta belleza. La tiene.” Y se levanta del sillón y me enseña un Bolívar que quiso pintar triste, a un Artaud claro y oscuro, así como otros personajes donde su dualidad psíquica es patente en el trabajo de color y dibujo. Le pregunto por el paisaje. Al volver a la ciudad, paradójicamente, ha empezado a retornar a él: “Antes eran dos extremos que ahora se encuentran. Antes decía que pintaba paisaje porque en la ciudad lo añoraba y en Turgua, me metí en los personajes porque el paisaje estaba conmigo. Ahora he empezado de nuevo a plasmar paisajes combinados con personajes, pero vistos desde arriba. No es un paisaje en donde estás parado sobre el horizonte sino desde una dimensión aérea, cósmica.”

Comenta que su único propósito es trabajar y que su entrega le ha permitido el control del ejercicio de su arte. Si no hubiera casi perdido la vida en manos de la delincuencia, se hubiera quedado en Turgua. “Yo lo que siempre quise fue un espacio para trabajar y aislarme del tumulto, de la gente. Nadie sabe lo que significa ser artista. El artista si no se aísla, no rinde, no investiga, pero siempre hay que darle continuidad al trabajo. Donde sea. No hay bien que por mal no venga como dice el dicho. Ahora aquí, en la urbe, estoy durmiendo dentro del taller, con sesenta obras que me traje y que han crecido a más de ochenta, eso me ha permitido una intimidad sin sobresaltos, y no hay trazo baldío, hay otra profundidad que puedo explorar aquí.”

Dice el crítico de arte Víctor Guédez de una de sus visitas al taller, “Jorge Pizzani es un artista que carga sobre sus hombros a sus pinturas y él mismo encarna su pintura. Por eso él vive con ellas, entre ellas, por ellas, para ellas y en ellas. Entre él y ellas opera una especie de embriaguez compartida en donde él grita a través de sus pinturas para que estas se alejen como un eco que, al final, termina por regresar para legitimar el propio punto de origen. Pero esto también procede en sentido contrario porque él, igualmente, se convierte en eco de sus pinturas.”

En una entrevista que le hiciera su yerno el artista Jaime Gily para Prodavinci, este le comenta refiriéndose a la exacerbación de la crisis en Venezuela: “Creo que tu obra reciente muestra este drama en cuerpo y alma, con dibujo y con brutalidad, y siendo como eres un sobreviviente de varios ataques, trabajas sin un ápice de duda de que la pintura lo puede todo.”

A lo que Pizzani contesta, “Yo hago mucho énfasis en la mirada, en esos ojos que reflejan tanto de sus conflictos, y de su propia condición, todo esto se da en unos términos donde el azar es casi una situación asumida en la medida que cada trazo venido de tu expresión y temperamento es un territorio, o parte de un todo, se corresponde a algo, representa algo, la comprensión de la forma en el espacio y su control no es nada más que el dominio de la circularidad, los ojos y el cosmos en tránsito. No hay hechos aislados, el trazo pictórico es igual a la escritura, es la expresión de un pensamiento, de una idea que se materializa en la acción. Es por eso que ese sentido de la totalidad debe de estar presente en cada acción, en ese up and down, somos unos espectadores que podemos hacernos manifiestos con las formas de expresión más refinadas que existen, la pintura es una de ellas, es un misterio, así como el cosmos y la fe.”

Jorge continúa el camino de su vida tratando de develar ese misterio, ahora adaptándose a este nuevo ambiente. Se siente cómodo, más cerca de sus amigos y de su gente. Turgua ha quedado atrás como un ensayo de soledad.

Algunas obras en su taller (pulsar una imagen para ver el carrusel de fotos).

Caresse Lansberg. Es periodista y editora de E S T I L O / online.

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